Este tontorrón

"Tontorrón, que aún no sabes ni comprarte un flexo", debió de pensar la madre.
"Tontorrón, que aún no sabes ni comprarte un flexo", debió de pensar la madre.
Andrey and Lesya

Apesar de que, debido a la proliferación de centros comerciales en la periferia, el tipo de tienda autóctona que yo buscaba se halla en vías de extinción, estaba empeñado en no alejarme de mi reciente domicilio, cuyo entorno todavía no conozco bien.

Salí del portal y, por si no había más remedio, me dirigí hacia unos grandes almacenes del centro. Si bien, yendo muy despacio, observando a la gente. No era fácil. Necesitaba a alguien que dominara el comercio del barrio, que no fuera con prisa, que no tuviera aversión a tratar con un extraño en la calle y que no anduviera pendiente de su teléfono.

Recorridas dos manzanas, al emprender la tercera vi a una anciana que venía de frente con un andador de ruedecillas. A punto de cruzarnos, mi «¡buenos días, señora!» la hizo detenerse en dos tiempos y mirarme. Acto seguido, le planteé mi propósito y ella me indicó de inmediato el establecimiento que me convenía. Lo hizo amablemente, pero sin alardes de simpatía. Con la misma sencilla urbanidad que yo intenté aplicar a mi expresión de gratitud.

Sin duda, mi elección había sido lógica. Aquella mujer cumplía todas las condiciones antes referidas. Sin embargo, al despedirnos, reconocí en su mirada un chispazo de sorna, casi tierna. Entonces entendí que, en el fondo, a quien me había dirigido era a mi madre, y que la señora, en cierta forma, había auxiliado a un hijo. «Tontorrón, ¡aún no sabes ni comprarte un flexo!», imaginé que me decía, mientras me alejaba de ella.

Epílogo: Que sí, mamá, lo sé. Que para eso estás. La próxima vez este tontorrón te preguntará a ti.

jusoz@unizar.es

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