Por
  • Pilar Clau

Tener o no tener

Bécquer, pintado a la acuarela por Teodoro Pérez Bordetas.
Bécquer, pintado a la acuarela por Teodoro Pérez Bordetas.
Teodoro Pérez Bordetas

He estado en Soria y me he enamorado de ella. No de sus calles empinadas ni de sus monumentos, ni siquiera del Duero, del cauce verde enebro custodiado por álamos y chopos.

 Me enamoré de su memoria, de su sensibilidad y de su gratitud. Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego y Antonio Machado grabaron el nombre de Soria en sus versos y, a hombros de los poetas, Soria ha garbeado con orgullo por los años y los siglos, por las ciudades y los continentes. Hoy la ciudad agradece y celebra la voz de los poetas con museos, esculturas, con sus nombres impresos en calles y edificios, con encuentros en torno a la poesía. Es una delicia pasear por la ciudad y encontrarse a Gerardo Diego sentado bajo un soportal leyendo y tomando café. Imposible resistirte a sentarte a su lado. Con Soria van los poetas porque ella reconoce su arte, su ingenio y su talento.

Tuve una jefa que ejecutaba sus funciones con un lema que la retrataba: «Todos hacéis todo». Ordenaba a la conserje redactar informes, el administrativo era su asesor de imagen, la contable hacía las funciones de portera… Aquello me perturbaba; era un caos abrumador ¡y un desperdicio de tiempo y de talento! Al principio creí que era una manera de humillarnos, violencia psicológica en forma de abusos de poder; todavía hay seres humanos que se dedican a la destrucción maliciosa de los demás. Sin embargo, pronto comprendí que el «todos hacéis todo» no era más que una tapadera tras la cual la jefa ocultaba su ineficiencia. Alguien que no tiene ningún talento es incapaz de reconocer a quien sí lo tiene. Y es el talento, no los conocimientos, que están al alcance de cualquiera, ni la actitud, al alcance de quienes la desean, lo que aporta valor a una empresa. Detrás de ese lema inicuo y disparado, ella escondía su ineptitud.

A mí me gustaría encontrarme por las calles de Zaragoza, de Huesca o de Teruel una escultura de Miguel o de José Antonio Labordeta tomando café o cantando, o de Eloy Fernández Clemente jugando al guiñote. Porque también Aragón ha garbeado a hombros de sus versos, de sus canciones, de sus libros, y confío en que Aragón también reconocerá la sensibilidad y el talento de quienes lo llevaron en su corazón.

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