El valor del testimonio
Hasta cuatro testigos han ratificado en la Audiencia Nacional que no tienen dudas de que Mikel Carrera Sarobe, alias Ata, es el hombre que mató a Manuel Giménez Abad en 2001 en Zaragoza. Ninguno de ellos ha titubeado ante el tribunal que juzga al que llegaría a ser líder de ETA y a Miren Itxaso Zaldua como autores del atentado, por el que se enfrentan a una pena de 30 años de cárcel.
Entre todos los testimonios cabe destacar la declaración que realizó el martes el hijo menor del entonces presidente del PP-Aragón: Borja Giménez reveló que reconoció a Ata, "perfectamente", entre otras características "por su mirada y su mandíbula". Sus palabras pueden ser determinantes para dilucidar la participación de ambos terroristas, que la Policía considera que eran miembros del comando Basajaun, al que se atribuye el asesinato.
"Salimos a las 18.25 para llegar a tiempo [al estadio de La Romareda], cogimos el camino que solíamos coger, y a los cinco minutos, una persona apareció por detrás y disparó a mi padre", relató Borja Giménez ante el tribunal. "Cayó al suelo y este señor le remató con un tercer disparo en la cabeza, luego me miró a la cara. Cuando se iba, me seguía mirando". Este reconocimiento y el de otros tres testigos –dos de ellos se dieron a conocer ayer– son fundamentales ante la ausencia de pruebas físicas que certifiquen la autoría. Y no es menos valioso, desde el punto de vista de la ética, el testimonio de los dos hijos del político y jurista aragonés a las puertas de la Audiencia Nacional: "Quienes creemos profundamente en la democracia y sus valores hemos renunciado a la venganza como forma de reparación, hemos desterrado el odio; a cambio reclamamos el amparo del Estado de derecho", afirmaron en una lección impagable de entereza moral y principios cívicos.