Leer por placer

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Estoy de acuerdo con José Javier Rueda, que en su columna del domingo decía: "Al final no existe mejor biblioteca que aquella construida con libros que el lector ha leído con placer". No suelo terminar los libros que, por lo que sea, no me atrapan. A algunos les puedo dar una segunda oportunidad pues también cambiamos como lectores. 

Pero siempre hay novedades o libros que dejamos arrinconados y que queremos leer por placer, nunca por obligación. La obligación requiere un esfuerzo que no suele tener sentido. Estoy leyendo ‘Veintiuna noches’, de Severino Pallaruelo. Es una novela llena de cuentos preciosos y cargados de emoción, como el de las casas fortaleza del Pirineo donde habitaban seres solitarios, probablemente los últimos de antiguos linajes venidos a menos: "Era gente sobria, austera y acostumbrada a la escasez. Parecían haber asumido que su tiempo había pasado". Cuando lo termine, lo colocaré en la estantería donde tengo los libros que he leído con placer y los libros de amigos muy queridos cuyos nombres, desde los lomos de sus obras, me animan en los momentos oscuros. Sea más grande o más pequeña, la biblioteca de cada uno es como su huella dactilar y es un retrato muy revelador. Me desconciertan las casas donde no hay libros porque me parecen casas desdibujadas y frías, y un tanto sospechosas. En España se publican más de setenta mil libros al año, pero eso no es algo que nos deba despistar. Porque un solo libro nos puede llevar a otros libros, y estos a muchos más, por caminos que solo ellos conocen. Y cuando se juntan unos cuantos, crean un maravilloso paisaje.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Cristina Grande)

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