El año 2023 comienza en la cuenca del Ebro con unas reservas de agua y de nieve mucho más escasas de lo que resulta habitual en estas fechas. 

Se arrastran los efectos de un año especialmente seco, que solo parcialmente y de manera insuficiente han podido ser compensados por las lluvias más recientes. Los regantes aragoneses han de prepararse por tanto para una campaña complicada, y hay que pensar, a más largo plazo, en medidas que puedan paliar las consecuencias económicas y sociales de un clima más seco

Aunque las circunstancias pueden cambiar si llegasen algunos frentes con lluvias abundantes, lo cierto es que en este momento las reservas de agua en los embalses de la cuenca del Ebro están muy por debajo de la media de los últimos diez años. Y la escasez es mayor en la margen izquierda del río, donde se despliegan los tres grandes sistemas de riego que aportan buena parte de la riqueza agrícola aragonesa: Bardenas, Riegos del Alto Aragón y el Canal de Aragón y Cataluña. Por tanto, como advirtió hace algunos días la presidenta de la CHE, María Dolores Pascual, los usuarios de la cuenca, tanto industrias, como poblaciones, como regantes, han de estar preparados para que se prolonguen durante meses las dificultades. La agricultura de regadío es en Aragón un sector básico, en lo económico y en lo social, por lo que la escasez de agua será un problema añadido al que la Comunidad tendrá que hacer frente. Con una perspectiva más larga, sabemos que muy probablemente, a causa del cambio climático, los periodos de sequía serán más largos e intensos en el futuro. Lo que obliga a adaptarse a esta circunstancia aprovechando al máximo el agua disponible, y no descartando las posibilidades de aumentar la capacidad de reserva de la cuenca. No hay que olvidar que de la disponibilidad de agua dependen realidades tan esenciales como el bienestar y la producción de alimentos.