Los inviernos del miedo

Radiador.
Los inviernos del miedo
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En mi comunidad de vecinos el portero ha sido Piqué tras la ruptura con Shakira; o Sanllehí; o Fran Escribá en los últimos días. 

Es decir, un hombre al que todo el mundo le quería hacer al menos una pregunta. En nuestro caso, octubre fue un mes de dudas sobre qué iba a pasar este invierno con la calefacción: ¿cuándo la pondrían?, ¿cuántas horas? Obviamente, no hemos sido un caso aislado. Un amigo nos mandaba la fotografía de un cartel en el tablón de anuncios del edificio de sus padres anunciando que este invierno se iban a recortar las horas de calefacción. "Pero no preocuparse, que somos clase media", decía irónico.

Estamos entrando en un estado de cosas donde se teme a la calefacción mientras vamos cuesta abajo en la montaña rusa de la comida fusión, la ropa masiva e industrial de diseño, las copas con licores macerados por artesanos y, en definitiva, una explosión del ocio caro, plano y reiterativo casi irrefrenable que nos acompaña en nuestra asfixia.

El sistema ha logrado apuntalar el coste con el estatus pero no ya como algo exclusivo sino hacia un nivel de masa; diferenciarse en un conjunto cada vez más amplio de caprichos caros que se normalizan como si no fueran un exceso. Y en ese ejercicio, las cosas cada vez son peores: el pastrami, las gyozas, el hummus, los gin tonics, el aperol spritz, la cerveza artesana, el vino, los smartphones, los smartwatches, la televisión en streaming… como nuevos ‘todo incluido’ donde soltar la gallina para poder ser y estar.

Se crea ahí un hábito bien interesante pues enredados en perseguir una excelencia ramplona, de soslayo se escapa un estrés quizá más deseable por vigilar el bien común y personal de un grupúsculo cada vez mayor y más indefinido de ‘clase media’. Un espacio económico y social cortoplacista, que, como cantaba Rafael Berrio, "pende de un hilo". Un hilo al que le pesa en exceso la inflación, las recesiones, el paro; y que molesta si nos frena para perseguir lo superfluo. Esta última es la verdadera victoria del mundo que nos apetece y que nos esclaviza; que normaliza algunos precios y anestesia con conformismo el desbarajuste de otros sobre bienes esenciales. Una sociedad con más miedo que melancolía por el invierno, es una sociedad perdida, derrotada

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