Imaginar molinos

Imaginar molinos
Imaginar molinos
Pixabay

Trastornado por los medios de comunicación, por la repentina inflación, por las restricciones que se vislumbran y por más de dos años de pandemia, es posible que yo vea gigantes donde solo hay molinos. 

En cualquier caso, espejismo, o no, lo cierto es que, por primera vez en mi vida, creo vivir en la retaguardia de una guerra.

Aún es una retaguardia laxa, pues el enemigo no está a las puertas de la ciudad, pero las disidencias aflojaron muy pronto. Se aprecia poca convicción en quienes culpan a Ucrania de no rendirse y a la Unión Europea de enviar armamento. Y los populistas de todo signo que ayer se encamaban con Putin, hoy se solidarizan con el país agredido. Aún no se les exige renegar públicamente de aquel amancebamiento, pero tendrán que hacerlo y excusarse, cuando definitivamente haya que cerrar filas y se imponga el inevitable ‘Dios está de nuestra parte’.

Compruebo también que la retaguardia se nutre de dogmas y de ilusiones. Ahora entiendo lo que Stefan Zweig narró en su diario mientras empezaba la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Ni objetividad, ni humanismo, ni reflexiones profundas. Solo apoyo sin fisuras a la causa germánica, junto a la descripción de los cafés llenos de gente cegada por la propaganda, a la que el propio escritor sirvió. Aquella firmeza pétrea de Zweig, que perdió en la siguiente gran guerra, durante la cual se suicidó, y el ‘como si no pasara nada’ de Viena, mientras Europa se desangraba, ayudan a entender que sigamos llenando las carreteras y los hoteles. Cuando los gigantes amenazan, necesitamos imaginar molinos.

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