Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

De la pluralidad a la fragmentación

De la pluralidad a la fragmentación
De la pluralidad a la fragmentación
Heraldo

En la primera legislatura autonómica, la separación de poderes se podía cuantificar en diez metros, que era la distancia que mediaba entre el despacho del presidente de Aragón, Santiago Marraco, y el presidente de las Cortes, Antonio Embid. 

En aquel momento, las instituciones aragonesas ‘vivían de prestado’. Con el paso del tiempo, esas instituciones han incrementado exponencialmente los recursos humanos, los medios materiales y las partidas presupuestarias. Mientras todo ello ocurría, la sociedad aragonesa se fragmentaba política, territorial y socialmente.

La fragmentación política se aprecia en las Cortes actuales, en las que hasta ocho partidos tienen representación. Ello es fruto tanto de la división del mapa político nacional, como de la resistencia de las formaciones nacionalistas tradicionales. Sin embargo, es posible que en las próximas elecciones entren otras fuerzas políticas, como Teruel Existe.

Estas nuevas identidades políticas se corresponden con un reforzamiento de la conciencia localista. El conflicto histórico por el autogobierno entre el Estado y la Comunidad de Aragón, con el cuarto proyecto de reforma estatutaria en marcha, se reproduce a menor escala entre algunos de nuestros territorios y la propia comunidad autónoma.

Y también se aprecia fragmentación social. Los viejos agentes e interlocutores sociales –sindicatos u organizaciones empresariales– han cedido su protagonismo a otros colectivos sociales, que focalizan sus reivindicaciones en cuestiones más concretas relacionadas con la orientación social o el género, por ejemplo. A su vez, estos colectivos se muestran cada vez más fragmentados y, como si de una muñeca rusa se tratara, reivindican nuevos derechos para nuevas identidades.

Mientras asistimos, perplejos, a la invasión de un país europeo, que pone en entredicho el mito de la globalización, miles de conciudadanos se refugian en el localismo y en la fragmentación identitaria. Los debates macroeconómicos son postergados ante el insistente descubrimiento de nuevos ‘microderechos’.

Es innegable el avance logrado en los últimos cuarenta años, dejando atrás una sociedad repleta de connotaciones machistas y homófobas, pero la enriquecedora pluralidad no debe abocarnos necesariamente a la fragmentación. El interés general requiere también de pactos y acuerdos, de postergar la omnipresente reivindicación de ‘lo mío’ por la búsqueda de ‘lo nuestro’. El interés general no es la mera suma de los intereses individuales. También se alcanza con las renuncias.

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