El hombre tranquilo

El hombre tranquilo
El hombre tranquilo
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Un amigo con el que chateaba sobre el ataque ruso a Ucrania, al percibir mi obsesión por el hongo atómico, me aconsejó que no me dejara impresionar por la "sobreactuación gigantesca" de la prensa, porque "no hay razones para una guerra nuclear". 

Dijo, además, que había analizado el tema y que se ofrecía a aclararme lo que hiciera falta, de lo que deduje que, tras especializarse en epidemiología, mi amigo se había pasado a la geopolítica. Es lo que toca para estar a la última.

Nos vimos en la terraza de un bar, donde mi interlocutor expuso una serie de argumentos muy sólidos, económicos, políticos, históricos y geoestratégicos, sosteniendo que a nadie le interesa recurrir a la bomba atómica, incluido Vladímir Putin. Este, a lo sumo, estaría aplicando la maquiavélica ‘teoría del loco’, como se dice que en su día quiso hacer el presidente estadounidense Richard Nixon.

"¿Qué va a pasar, entonces?", le pregunté a mi amigo, a quien, por el temple con que se expresó, desde esa tarde lo apodo ‘el hombre tranquilo’, como el título de una canción de John Prine y de una película de John Ford, protagonizada por otro John. Sin vacilar, respondió que, tras una guerra atroz, vendrá un nuevo orden mundial, con su ‘estanflación’ inicial, sus bloques, su militarismo y su disminución del bienestar y de los derechos sociales e individuales. "Vamos a retroceder un siglo, pero con la tecnología del futuro", concluyó el hombre tranquilo. Gracias a esta predicción, estoy mucho mejor, porque mi desaliento ya no se basa en un ilusorio apocalipsis, sino en algo realista y razonable.

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