En el horno

En el horno
En el horno
Pixabay

Las tareas domésticas, por lo general, resultan antipáticas o aburridas, cuando no odiosas.

Una vez le oí decir a una maestra que el dinero mejor pagado era el de la asistenta del hogar, o el de la niñera si no te gustaban los niños. 

De jovencita no me gustaba ninguna tarea doméstica, los niños mucho menos, y aun así tuve el valor de irme a trabajar de “au pair” a Londres. Aunque entonces no fuese capaz de asumirlo, era lógico y normal que al segundo día me pusieran de patitas en la calle. Lloré mucho y acabé recogiendo fresas en un campamento de verano donde me di cuenta de que cocinar no se me daba tan mal. Con los años fui pasando más horas en la cocina ya que eso me permitía eludir otras obligaciones. Nunca me ha molestado pasar media mañana haciendo croquetas, por ejemplo. Cocinar es bonito y creativo y muchas mañanas, antes de amanecer, me pongo a trajinar entre pucheros. Suelo ir recogiendo y limpiando en plan maruja mientras se cuecen los guisos, pero el interior del horno es de esas cosas que siempre pospongo para otro día. Hoy me he levantado dispuesta a ponerme a ello. Ni corta ni perezosa he dejado el horno como una patena. Aún sudorosa y con la espalda dolorida enciendo su luz interior. Medio mareada por las vapores del producto de limpieza me paso un buen rato contemplando mi obra como si fuese una bola de cristal. Tras el vidrio veo a Cenicienta bailando con sus hermanastras. Bailan en círculo descalzas. Ya no son jóvenes y parecen felices. El hada madrina se marchó hace muchísimos años.

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