Diapasón

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Vamos en el coche hacia la casa del pueblo. 

La sequía de las últimas semanas me hace temer por mis macetas desde hace días. Nada más despertarme me he imaginado completamente achicharrados los esquejes de clavel antiguo que me regalaron hace unos meses. No puedo dejar que perezcan, le digo a Antoine. Paramos en una gasolinera a comprobar la presión de las ruedas. Le doy al botón de inflado varias veces siguiendo las instrucciones de Antoine desde el otro lado del coche, pero temo pasarme y que las ruedas exploten. El ruido del tráfico de la autovía y el cierzo dificultan la comunicación entre nosotros. La escena se me antoja cómica y absurda al mismo tiempo. El resto del camino voy un poco angustiada, pensando en el posible reventón de una rueda. En la radio comentan algunas películas recientes que la crítica ha ensalzado. Me doy cuenta de que ninguna de esas películas me ha gustado, ni siquiera ‘El poder del perro’, de mi admirada Jane Campion. Y la película de Sorrentino ‘Fue la mano de Dios’ tampoco colmó mis expectativas. Me gustaban más las películas anteriores a la pandemia. Me doy cuenta de que ando desajustada. Como el escritor Javier Pérez Andújar, autor de ‘El año del búfalo’, yo también estoy afinada con un diapasón antiguo. Aunque, pensándolo mejor, la verdad es que simplemente estoy desafinada como un piano que hubiera permanecido a la intemperie. Desafinada y llena de miedos. Necesito un diapasón. Finalmente llegamos al pueblo sin ningún problema. Las plantas, todas, incluidos los claveles antiguos, han sobrevivido.

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