Un James Bond maño

Un James Bond maño.
Un James Bond maño.
Pixabay

Como era su cumpleaños, planteamos un sábado donde el plato fuerte era ir a una coctelería y después cenar en un restaurante italiano de moda. 

La cuestión es que, para no ser previsible y en vista de que ella se había pedido un sofisticado cóctel de ginebra con lima, me empecé a agobiar con la carta y me acordé de 007. Había ‘dry Martini’ y hasta la fecha creo que no había fantaseado con que pudiera haber un James Bond maño, así que para salir del paso me pedí uno. El camarero, que era de estos de toda la vida, de chaleco de botón dorado, vino feliz con las dos copitas. A mí, que soy de raíz de clase media, me parecieron escasas para los 10 euros que nos iban a soplar por cada una pero borré ese pensamiento de vaso de tubo y me centré en disfrutar. Hicimos, cómo no, el clásico chinchín y bebimos, en lo que pude observar una alegre cara de aprobación por su parte mientras a mí me entraba por la garganta lo que yo identifiqué como alcohol de botiquín. "¿Está rico?". Le dije que mucho y en ese momento nos trajeron unas patatas fritas y aceitunas que iban a ser mi 091.

Cuando llevábamos quince minutos, creo que yo le había dado solo un sorbo más a la copa pero había comido una cantidad de patatas que parecía que había ido allí a merendar. Ella me sonreía, me daba conversación y yo, que siempre padecí de anginas, no podía dejar de pensar que al menos aquello me iba a esterilizar la garganta al menos hasta la próxima década. No tosí por decoro y aún se nos acercó el barman a preguntar si estaba todo de nuestro gusto, sin tener muy claro si tras esa tarde yo iba a volver a tener de eso.

El agobio de ver cómo ella se iba terminando su cóctel mientras el mío era una presa en época de lluvias solo se aliviaba con la borrachera que me estaba cogiendo al no poder frenar semejante magma. Así que lo apuré de un trago fino pero contundente, entorné los ojos y pensé en cómo se podía apretar eso James Bond en horario laboral. Al menos en la calle hacía fresco y ella me miraba con cara de saber lo que había pasado, que no es lo mismo que tener licencia para matar (esa la debía de tener el barman) pero sí para asumir la felicidad de que te miren con ternura y te den hidratos para cenar, empapando los fallos que nos reconducen a la vida que, sin saberlo, hemos elegido.

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