Peineta

Varios ciclistas atraviesan la N-330, vía con escaso tráfico en la actualidad, a su paso por María de Huerva.
Peineta.
HERALDO

Para completar y actualizar el dicho de que "en la mesa y en el juego se conoce al caballero", habría que sustituir ‘caballero’ por ‘persona’, u otro término inclusivo, e incorporar más ámbitos en los que también se pone a prueba el civismo, como la actitud ante una nueva pandemia, o la conducción de vehículos de motor.

Consciente de este último criterio, en cuanto vi la fila de ciclistas, frené y me puse alerta. La subida del puerto y el tráfico que venía de frente me obligaron a situarme tras el grupo y a seguir su ritmo, a una prudente distancia. Esta maniobra, que no se suele enseñar en las autoescuelas, exige mucho temple, máxime, si, como sucedió, un chófer apremiante te acosa por detrás.

Para no desconcentrarme, observé con detalle a los seis individuos embutidos en licra que pedaleaban ante mí, preguntándome cuáles serían las poderosas y sobrenaturales creencias que los impelían a tan exigente y arriesgado desempeño.

Una hora después, mi curiosidad tuvo cumplida respuesta en el casino de un pueblo, donde presencié cómo aquellos seis superhombres daban cuenta de seis pares de huevos con longaniza, una gran hogaza, dos botellas de tinto y seis carajillos, confirmando la tesis del gran antropólogo Marvin Harris, para quien todo tabú religioso responde a una razón materialista y económica.

Y quiso el destino que llegara al mismo bar el apremiador antes mencionado, quien, en cuanto reconoció desde la puerta a los recios ciclistas, dio media vuelta y se fue. Seguro que lo abochornaban los bocinazos y la peineta que nos había dedicado mientras nos adelantaba.

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