Nuestros vientos

'Nuestros sueños'
'Nuestros vientos'
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Sopla un cierzo feroz que levanta tejas y sombreretes de chimeneas, arrastra nubes desgarradas y de paso limpia el alma.

“Dejad que el viento me traspase el cuerpo y lo ilumine”, dice el poeta Claudio Rodríguez mientras afuera las hojas amarillentas de los álamos se arremolinan por los rincones como en un poema de Machado. Por la noche sueño con molinos de viento, molinos cervantinos como los de La Mancha. Los molinos se mueven mientras yo permanezco parada con la boca abierta. Me levanto con la idea de que debo visitar el molino de Malanquilla, muy cerca de la frontera con Soria, que he visto en varias fotografías. Es un molino del siglo XVI que se ha restaurado maravillosamente. Antoine no puede negarme el capricho y embarcamos a unos amigos que conocen bien la zona. Al bajar del coche el viento casi me arranca el abrigo. 

Mi amigo Jesús dice que a este viento lo llaman “regañón”, o “navarresco” si es más del norte, y se pone a buscar setas por el páramo. Cuando el viento viene de Teruel lo llaman “jomandil”. Las aspas del molino están quietas y se recortan muy nítidas contra el azul intenso del cielo. Yo también intento quedarme quieta para no salir movida en la foto que tal vez ponga en Instagram. Muy al fondo se ven aerogeneradores modernos, de esos de más de cien metros de altura que van surgiendo por todos los paisajes imaginables -en cerros y hasta en sembrados de regadío- con sus aspas astifinas y un inquietante susurro. “Escucha como el viento/ me llama galopando/ para llevarme lejos”, dice Pablo Neruda mientras ponemos rumbo al ocaso.

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