Las taras del pavo

'Las taras del pavo'
'Las taras del pavo'
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Hay taras de poca monta que a ciertas edades tienen su importancia. 

Particularmente, cuando afectan al amor propio y al afán de lucimiento o síndrome del pavo real. Por lo que a mí respecta, la belleza adolescente que me adornó no fue acompañada de saber lanzarme al agua de cabeza, hacer el pino, ni dar la voltereta en el plinto.

Lo del plinto lo conseguí, a cambio de una brecha de varios puntos en la coronilla. Fue un reto personal, ya que en mi instituto, al que se entraba con catorce años, no había chicas, de modo que las exhibiciones no pasaban de ser un juego en el que nadie que hubiera dejado de ser un crío se jugaba el físico. Solo el orgullo, la inconsciencia, o que aún fueras un crío, podían llevarte a ello.

Se ve que tengo una aversión congénita a que mi cabeza vaya por delante del resto del cuerpo, impedimento que guarda relación con otros, cognitivos y sentimentales, que a veces me bloquean en el momento, no tanto de decidirme, cuanto de actuar.

En compensación, de aquellas flaquezas originarias he aprendido a aceptar los límites de mis logros y a relativizar el mérito, propio y ajeno. Por eso, me quito el sombrero ante el éxito de algunos individuos que no aprendieron a nadar, pero no lo considero una proeza, sino efecto de facultades que sí han de tener.

Por el contrario, ya que lo he mencionado, una tara de la que no consigo sacar provecho es la que me dejó la ausencia de chicas en las aulas de mi adolescencia. Una segregación sexista por la que, de todas formas, no pretendo ser indemnizado, ni que se me pida perdón. Eran otros tiempos.

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