Felicidad parapetada

Un operario ultima los detalles de una de las mamparas de la Casa Consistorial, en la plaza del Pilar.
'Felicidad parapetada'
Laura Uranga 

Desconfío de cuanto se publica sobre si la pandemia nos va a cambiar mucho, poco o nada. 

Falta perspectiva y sobra neurosis. Por otra parte, aunque estoy convencido de que las revelaciones más interesantes no vendrán inicialmente del frío análisis académico, sino de la palpitante ficción, creo que, por mis hábitos, lo primero que leeré al respecto será un ensayo y no una novela.

En todo caso, estamos aprendiendo lecciones que apuntan a ser certezas. Entre estas, la necesidad de obligar a vacunarse. Igual que se pasaron los libérrimos tiempos en los que no hacía falta un permiso oficial para conducir vehículos, no se admitirá que la aversión atávica al pinchazo ponga en peligro a otras personas.

Y luego están los descubrimientos más personales, como el de quienes creían adolecer de misantropía y se han sorprendido anhelando el tacto ajeno, mientras que, por el contrario, otros individuos se están dando cuenta de que son alérgicos al roce humano.

Entre estos últimos figura el personal que se resiste a permitir el acceso a los edificios y a tratar con el público sin que medie cita previa y pantalla. A mi modo de ver, va siendo hora de hacer entender cordialmente a estas personas que tienen derecho a evitar en lo posible nuestra presencia, pero en su intimidad, cumpliendo sus obligaciones cívicas y sin imponer al resto su peculiar modo de vida, su felicidad parapetada. Temo que este sea un tema central de los ensayos y novelas que se avecinan. Si bien, tengo la esperanza de que tal temor me lo estén provocando la falta de perspectiva y la neurosis.

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