Desde mi celda

El teletrabajo (cuando se pueda) es una de las medidas recomendadas para evitar la expansión del nuevo coronavirus
'Desde mi celda'.
Pikrepo

Escribo estas líneas en pleno confinamiento por la pandemia del coronavirus. No quiero decir que estén redactadas desde ninguna institución penitenciaria. Solo he usado el mismo título con el que Bécquer encabezó las cartas que escribió desde la celda en la que se alojó en la Hospedería del Monasterio de Veruela en 1864. Cartas escritas desde la paz y el sosiego. Él quiso dar rienda suelta a sus recuerdos y a su imaginación. Yo no pretendo tanto.

Mi celda es mi casa, como para muchos españoles que nos vemos en la misma situación. Pero esta reclusión doméstica no nos impide seguir pensando y reflexionando sobre nosotros y sobre el mundo.

El confinamiento al que debemos someternos como forma de protección colectiva es precisamente eso, una medida profiláctica. La extensión de la enfermedad se produce fundamentalmente por contacto con contagiados. El aislamiento tiene este doble objetivo, proteger a los otros y protegernos a nosotros mismos, no debemos olvidarlo. Pesado, cansado, aburrido, deprimente, con efectos sobre la salud por la falta de ejercicio y otras muchas cosas definen esta falta de libertad. Si no cumpliéramos el encierro de la forma más estricta, quizá estaríamos algo mejor de salud mental y de equilibrio emocional, pero solo lograríamos ser unos muertos más sanos. La liberación que vendrá nos dice que el sacrificio de ahora merece la pena.

Una de las cuestiones que más me llama la atención ha sido la capacidad que ha tenido todo el país para buscar fórmulas para el denominado teletrabajo. Las TIC han mostrado ser un aliado vital en esta cuestión, porque muchos podemos seguir haciendo cosas desde nuestros propios domicilios. No sé qué habrían pensado mis abuelos si les hubiera podido contar que puedo trabajar desde casa. Se está demostrando que interactuamos con el mundo únicamente de forma telemática. Un ordenador, una red wifi personal y una conexión VPN o similar para los más exigentes son suficientes para que sigamos en el mundo. Ahora solo sabemos si las personas con las que nos comunicamos están en casa si hacemos una videoconferencia, y eso porque vemos el escenario donde se ubica nuestro interlocutor.

La paradoja llegará con la liberación. ¿Qué tendremos que hacer en nuestros centros de trabajo que haga indispensable que nos desplacemos hasta ellos y no podamos continuar en nuestros hogares? ¿Cuánto tiempo real hemos dedicado cada uno en casa a nuestro oficio y cuánto dedicábamos a lo mismo en nuestros despachos? ¿Hemos aprendido a gestionar mejor nuestro tiempo para aplicarlo en la oficina? Creo que es momento para reflexionar sobre lo que hemos dejado pendiente y qué exige nuestra presencia física. Sobre cómo muchas personas han podido simultanear el teletrabajo con el cuidado de unos hijos que, en una situación normal, estarían en la escuela. Sobre la necesidad que tenemos de relacionarnos unos con nosotros, lo que podríamos llamar la remuneración social del trabajo, para mantenernos intelectualmente activos y emocionalmente equilibrados.

Si hiciéramos este esfuerzo, personal y colectivo, podríamos encontrar soluciones para reducir los extendidos horarios de trabajo que practicamos en España, horarios que nos distinguen claramente de nuestros vecinos. Siempre hablamos de que no somos muy eficientes en el trabajo, y que el volumen de tiempo empleado para realizar una tarea excede el que suelen emplear otros países de nuestro entorno. Ahora podríamos tener una buena vara de medida. A lo mejor llegamos a conclusiones que nos permitan conciliar mejor, tener más tiempo para nuestros mayores, participar más en actividades colectivas… ¡Hay tanto que reflexionar! Ahora tenemos tiempo.

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