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La mascarilla en los ojos

Una viajera con mascarilla, en el aeropuerto de Pekín
Una viajera con mascarilla, en el aeropuerto de Pekín
AFP

Hemos tardado en asimilar que la enfermedad del Covid-19 se propaga con mayor facilidad que las que causan los seis coronavirus que le precedieron, porque incluso las personas casi asintomáticas son capaces de transmitirlo.

Hemos tardado demasiado a comprender que el problema no es subestimar el riesgo de contraer el Covid-19, sino el de estar contribuyendo, sin saberlo, a propagar una pandemia que puede colapsar los servicios de salud.

Hemos perdido un tiempo preciado mirando para otro lado cuando los hechos nos gritaban desde China y Corea del Sur que era necesario tomar medidas drásticas para evitar el mal mucho mayor.

Hemos señalado a Italia como responsable de nuestra entrada de enfermos sin que algunos anularan su agenda aunque incluyera viajes a Lombardía.

Hemos visto cómo se han clausurado las clases en Madrid y buena parte de los universitarios del resto de España que estudian en la capital, lejos de autoaislarse para evitar expandir la enfermedad, lo han celebrado volviendo a sus casas en Galicia, Extremadura o Aragón.

Hemos actuado como si, por ser europeos, lleváramos un escudo anticoronavirus instalado de serie en nuestro organismo.

Hemos puesto a prueba el termómetro del egoísmo social y del oportunismo político y el resultado está a la vista.

Nos pusimos la mascarilla en los ojos pensando que así nada alteraría nuestra confortable vida. Ojalá estemos a tiempo de quitárnosla y reconducir la situación con responsabilidad.    

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