El clima es muy nuestro

El Acuerdo de París contra el Cambio Climático se adoptó el pasado mes de diciembre.
La COP25 se celebra en Madrid desde el día 2 hasta el 13 de diciembre.
HA

A quien esto escribe, la vida global le simula un maremoto de complejidades.

Se anima de vez en cuando con las expectativas de intervención que se generan ante situaciones límite, que ocurren cerca o lejos. Grupos de gente que escapa del conformismo fatalista y lucha por cambiar el mundo, o al menos reducir algunos desajustes. También le sientan bien ciertos acuerdos internacionales que mejoran los derechos de las personas o del medio ambiente. Se anima un poco cuando los países y agentes sociales se reúnen en cumbres globales, como la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25) que se está celebrando en Madrid del 2 al 13 de diciembre para hablar del calentamiento global y repasar lo que cada país ha hecho al respecto desde aquel París de 2015 que tantas expectativas originó. Hay que hablar del clima, hacer mucho para acercarse a su comprensión, porque cada vez es más nuestro, más por débito que por propiedad.

Pero le desanima que las decisiones-acciones colectivas vayan tan despacio cuando tenemos por delante esta crisis-emergencia climática, que también se manifiesta en desigualdades entre personas y por países; se nos agota el tiempo de reacción. Desearía que la celebración de este encuentro animase nuestra vida, que fuese un acicate reflexivo para el futuro. Por eso le asombra escuchar algunos aviesos comentarios vertidos en los medios de comunicación desde que España dijo sí a la celebración del evento, apenas hace un mes, e intenta ver qué trasfondo los motiva; acaso el conformismo fatalista de los que afirman que nada se puede hacer.

Por si esto fuera poco, quienes ordenan el entramado global (que no son solo gobiernos) se afanan en dirigir y manipular las emociones en torno a lo que pasa con el clima a nuestro alrededor. No solo eso: consiguen confundirnos sobre el lugar que la gente corriente ocupa en la generación y mantenimiento de este entramado, cada vez más despistado en la búsqueda de la ética global que pasa por mitigar los efectos del cambio climático y adaptarnos a ellos.

Hay momentos, permítanme la confesión sincera, cuando permanecen las ideas negacionistas de gente ilustrada (o no), sus razones tendrán, y las noticias argumentadas con intereses partidistas varios, en que veo una sociedad en la que casi nadie se hace cargo de lo suyo. Ante este muestrario de indiferencia frente a las causas y consecuencias del acelerado calentamiento global demostrado por los científicos, me digo que ese proceder es un claro desaire hacia el propio futuro de quienes lo formulan y, lo que es mucho peor, el de aquellos que les siguen en la vida. Tanto lo uno como lo otro erosionan en demasía la superación de los peajes que ineludiblemente llegarán; los trastornos climáticos han venido para quedarse y puede que se incrementen. A todos los escépticos o negacionistas habría que recordarles que el clima es nuestro, dado que nos afectan sus consecuencias en mayor o menor grado; por eso, la reducción de sus causas también nos pertenece.

El clima es nuestro porque a la dinámica entrópica que lo maneja le hemos puesto aceleradores. Por eso, es urgente que despertemos del letargo y rescatemos el efecto positivo de responsabilidad que puede tener la cumbre climática de Madrid en nuestras vidas, aunque cuestionemos las consecuencias ambientales de tantos desplazamientos. A la vez, no permitamos que se nos nuble el pensamiento, crítico y comprometido. Exploremos el conocimiento de lo que son o dejan de ser el clima y el tiempo, el hoy y el mañana, lo mío y lo de todos, la disidencia y la alianza.

Pero estemos alerta ante la complacencia y las palabras reclimatizadoras de esta semana: las respuestas simples no nos llevan a ningún sitio. Desconfiemos de ciertas acciones que publicitan gobiernos, empresas y otras entidades pues no señalan compromisos revisables y el tiempo las diluye, por eso pierden consistencia y no ganan adeptos en la ciudadanía, que permanece nublada en la cómoda indiferencia. Ni siquiera los gobiernos han puesto en marcha mínimamente los compromisos que rubricaron en París en 2015. Presionémosles para que apuesten por la transición ecológica, que nunca es un coste sino una inversión para garantizar un futuro mejor. ¡Tenemos tantas ganas de decir que el mundo nunca olvidará la COP25!

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