‘Alta costura’: De la moda a la crónica social

El cine francés reciente parece interesado en abordar argumentos sencillos destinados a un público que, en ciertos momentos, solo aspira a contemplar historias que no le compliquen el rato. Y, además, como norma casi común, se ha especializado en desarrollar dichos contenidos con un tono ligero y especialmente amable, sin profundizar. Lo hemos visto en títulos recientes como ‘La brigada de la cocina’ y se aprecia de nuevo en ‘Alta costura’, segundo largo de Sylvie Ohayou.

Son muchas las veces que se va al cine y, pese a apreciar los desequilibrios narrativos de una película, o la falta de consistencia de la misma, o todo a la vez, el espectador sale satisfecho porque ha visto una producción que le ha dado lo que quería, sin exigir ni desear más. Este sería el caso de ‘Alta costura’, un filme que si se analiza con rigor no pasa el corte y suspende. Sin embargo, se sigue con atención, hay amenidad y no se espera mucho más del mismo. Aquí lo que se cuenta es una historia que tiene que ver con modistas y costureras, en este caso, trabajadoras en el taller parisino de Christian Dior. ¿Y cuál es el motivo que justifica el filme? Ni más ni menos que una jefa del taller que prepara el que será su último desfile para la ‘maison’ y una joven marginal de un barrio más marginal aún que coinciden un día, para bien de la una y la otra. O eso creo.

‘Alta costura’ es cinematográficamente una obra irregular, con un guión que concentra en escasos minutos los mejores momentos para dar protagonismo a la música cuando no se sabe cómo rellenar los tiempos muertos -que no tendría que haberlos-. Sin embargo, cuenta con dos actrices estupendas que saben dar vida a cada uno de los dramas sociales y/o familiares que sacuden a sus protagonistas. Y cuenta, asimismo, con una directora que encandila al público con su tono ameno, entretenido y tan lleno de ternura.