Sergio Abrain. Volcán en erupción artística desde 1968. No se detiene, como el volcán de La Palma.

Comencé en 1968. Y desde entonces, todos los años, todos los días. Lo último fue la exposición ‘Rompiendo el tiempo’. Ahora gravita sobre mi cabeza algo sobre el volcán, sobre la naturaleza. No es nueva esta cavilación. La naturaleza siempre ha estado conmigo, forma parte de mi memoria de la infancia, de mi conciencia.

La erupción de Cumbre Vieja da para un ingente análisis multidisciplinar.

Los análisis los realizan los hombres. En algunos casos, porque no tienen otra cosa que hacer. El hombre narra, comenta, pero no crea. El volcán nos demuestra que solo crea la naturaleza.

Se ofrecen datos de daños, de toneladas de lava; pero el volcán evidencia que el hombre es incapaz de controlar el tiempo.

Nos creíamos tan listos que hasta nos atrevíamos a determinar el tiempo de la erupción, el número de telediarios que abarcaría. Y no. La Palma ha puesto patas arriba muchos de los conceptos de evolucionismo y de los sistemas económicos, sociales y artísticos. Y, por encima de todo, el volcán nos recuerda todos los días que existe un tiempo natural. El hombre inventó un tiempo relacionado con los caracteres productivos, pero el reloj de la naturaleza es otro. El hombre no deja de promulgar leyes, pero continúa subyugado a las leyes de la naturaleza.

¿A qué nos remitiría una auditoría artística del fenómeno?

El volcán revela la relación entre el arte y la catástrofe. El dolor y la muerte permanecen unidos desde el medievo. Desde la derrota del mundo pagano, el terror y el miedo sustituyen estéticamente a la belleza y al culto del cuerpo. El Renacimiento acaba con esta tendencia, que la recuperará el Barroco y más tarde el Romanticismo. Ahora, desde luego, se trata de un Realismo abrumador.

La relación con la arquitectura ya la demostró César Manrique.

Eso fue maravilloso. Lanzarote, una isla volcánica como La Palma, es su reflejo. Desde la defensa de los valores medioambientales, persiguió y encontró la armonía entre el arte y la naturaleza como espacio creativo. Hay otra variable que no se nos puede escapar.

¿Cuál?

Los lugareños de La Palma. Sociológicamente, nos dan todos los días una lección de estoicismo. Entre periodistas que se atreven a ponerse a cinco metros de la lava y analistas de lo más dispar, ellos son los únicos que entienden que el volcán es una verdad absoluta.

¿Qué pensará la posverdad de la verdad absoluta del volcán?

Estamos ante un dato objetivo. Las emociones que suscita, esas que hasta llegaron a hacer a Trump presidente de Estados Unidos, no son nada ante la fuerza imparable de la naturaleza. Todo es banal frente al volcán.

¿Y el metaverso volcánico?

Más allá de… Es un juego, una estrategia. En esencia, por muchas maquinitas que creemos, no dejamos de habitar en un Neolítico mucho más evolucionado tecnológicamente que mentalmente.

¿Dominaremos alguna vez la naturaleza?

La naturaleza no nos necesita para nada. Lamentablemente, el hombre aprende destruyendo. Nuestra cultura está basada en la evolución tecnológica de la guerra. Comenzamos alargando las lanzas, un cambio brutal… Todo lo demás ha llegado como añadido para cubrir necesidades vitales.

Algo hemos mejorado, ¿no...?

Esa apreciación daría para un debate muy profundo. Incluso internet está relacionado en su origen con el ejército de Estados Unidos. El papel de aluminio se inventó para las naves espaciales. Ahora, al menos, nos sirve para llevar el bocadillo, que luego acabará en el estómago. Convendría nutrir también la cabeza... Tampoco hemos evolucionado tanto. Yo pinto con un pincel, que es un palo y unos pelos. Como en las cavernas... Por cierto, mi próxima exposición se llamará ‘Cavernas’...