El swing y el sexo de los ángeles
Revisando el archivo personal, encuentro una reseña de una actuación del Ray Collins Hot Club en Zaragoza cuatro años atrás, y perfectamente podría recurrir a un corta-y-pega para contarles lo que pasó el viernes en la sala Luis Galve del Auditorio, salvo por un detalle crucial: en aquella ocasión pre-Covid (el concepto histórico A.C./D.C. tiene ahora un nuevo significado, aparte de la banda de Angus Young) se podía bailar –y a dicha tarea se aplicó la parroquia con entusiasmo y fruición–, mientras que en la actualidad no hay más remedio que quedarse quieto en la mata, o sea sentado en la butaca, por orden de la autoridad.
Y, claro, no es lo mismo; no puede serlo de ninguna manera cuando hablamos de música concebida expresamente para tales menesteres, el contoneo, la agitación y el movimiento, vaya. Asistir a un concierto de una banda de estas características en las actuales circunstancias es algo así como practicar sexo bajo la premisa de que está prohibido llegar al orgasmo: te pones caliente, disfrutas, pero no se culmina. Y no me vengan con el rollo tántrico.
Quede claro que las antedichas reflexiones no menoscaban en absoluto el espléndido desempeño de esta formación alemana que recupera el espíritu y las formas del swing y el jive de los años 40/50, del rhythm’n’blues añejo, el eterno boogie-woogie y el proto-rock’n’roll. Ocho músicos perfectamente trajeados, con calidad instrumental y una sección de metales que hace gala de un elevado sentido del espectáculo, desgranando un arsenal sonoro ante el cual los pies se disparan, música capaz de levantar a los muertos más muertos. Música rotunda y vibrante con sabor a otros tiempos, dicho sea sin ánimo viejuno. Tomando el título de dos de sus piezas (‘Knock out boogie’ y ‘Burn in hell’), swing y rock and roll para dejarte k.o. y arder en el infierno: ese al que nos gustaría llegar bailando, si nos dejan.