Encerrados en la jaula del veto

Las convulsiones que vive España no son una excepción; basta mirar a Francia o Italia.

Pedro Sánchez en el Congreso.
Pedro Sánchez en el Congreso.
Fernando Villar/Efe

El concepto ‘vetocracia’, o forma de gobierno regida por los vetos, fue acuñado por Francis Fukuyama. El politólogo relaciona esta idea con la política estadounidense, donde los grupos de presión tienen más poder que en España para guiar a los partidos a partir de intereses particulares. Pero si extrapolamos la teoría al caso español, con nuestro marcado partidismo, también podemos encontrar un reflejo en la parálisis que atraviesa el país. Porque 2018, pese a sus históricos hitos como el éxito de la moción de censura o el derrumbe del PSOE andaluz, no ha hecho sino profundizar en la ruptura entre los bloques –y sub-bloques– ideológicos. Con estas premisas, España seguirá tras las próximas elecciones generales sin conocer un gobierno central de coalición.

"El efecto es o bien una parálisis legislativa o bien acuerdos parcheados y de poco valor, a menudo en respuesta a crisis concretas y sin la debida diligencia", ha argumentado Thomas L. Friedman en ‘The New York Times’ al analizar la mencionada vetocracia. La frase sintetiza bien la atrofia política vigente en España, donde hace seis años que los partidos no aprueban nuevas reformas y donde, para colmo, se ha instalado una vorágine de declaraciones incendiarias e imágenes bochornosas incluso en sede parlamentaria: "No hay conversación pública, hay intercambio de insultos", ha afirmado Fernando Vallespín.

2018 empezó saturado con la continuidad del artículo 155 y con la elección del nuevo presidente catalán. Las candidaturas frustradas de Puigdemont, Turull o Artadi dieron paso al columnista Quim Torra. Tras Cataluña llegó la corrupción –disolución de ETA mediante–, con el PP en el centro de la diana por casos como el de Cristina Cifuentes o el juicio de Gürtel. La tormenta inicial dio paso a un huracán cuando, de forma inesperada, Pedro Sánchez logró los apoyos necesarios para desbancar a Mariano Rajoy con la moción de censura. Nada ha sido igual después del ‘armaggedon’ del 1 de junio.

El papel de Sánchez ha estado plagado de claroscuros. El aire fresco que trajeron los nombramientos de su gobierno se tornó en viciado a medida que se fueron sucediendo las promesas incumplidas –como el adelanto electoral que no ha llegado– y los escándalos relativos a sus ministros. Sin olvidar los continuos gestos al independentismo catalán, como la sospechosa destitución del abogado del Estado que defendía la acusación de rebelión para los políticos presos por el ‘procés’.

El profesor Manuel Arias Maldonado ha advertido de los problemas que genera un cambio de gobierno como el que se produjo en España. A partir de lo que el politólogo italiano Gianfranco Pasquino denomina "buena oposición", Arias Maldonado recuerda "la inconveniencia de que la oposición extraiga su única razón de ser del rechazo a quien gobierna". Este fue el motor que desencadenó la moción de censura y esa es la condena del Ejecutivo de Sánchez.

En el PP, al cisma de la pérdida del gobierno le siguió la salida de Rajoy y la elección de Pablo Casado. El político palentino ha optado por acentuar el perfil conservador del partido e incluso por asomarse al discurso populista, con su mensaje nacionalista ­–la Hispanidad como "el hito más importante de la humanidad"– o sus alusiones a la inmigración. La polarización de Casado ha obligado a Albert Rivera a resituar las coordenadas de Ciudadanos, que como botón de muestra ha pasado de pedir la derogación de la prisión permanente revisable a reclamar su endurecimiento.

En Podemos, Pablo Iglesias también busca su sitio. El líder morado ha cambiado de estrategia y ha emprendido un acercamiento al PSOE, que ya no es "la casta" sino un partido con el que firmar un acuerdo presupuestario con ribetes de pacto de gobierno.

La irrupción de Vox

Para revolver aún más la actualidad política, las elecciones andaluzas depararon, amén del fin de la hegemonía socialista, la irrupción de la extrema derecha en las instituciones de la mano de Vox. Sus doce diputados en Andalucía más un senador suponen, previsiblemente, el preludio de un gran desembarco en Madrid cuando se celebren las próximas elecciones generales.

En conjunto, la sensación que deja el curso político tiene un poso negativo. "Los políticos de las democracias occidentales se están volviendo más radicales que sus votantes", ha dejado dicho el politólogo oscense Víctor Lapuente. En esta tesitura, el diálogo entre los partidos españoles, imprescindible dada la fragmentación del nuevo mapa político, parece una quimera.

Las convulsiones que vive España no son una excepción; basta mirar al Reino Unido (‘brexit’), Francia (‘chalecos amarillos’) o Italia (Salvini) para identificar turbulencias del mismo cariz. "Si se dan las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede volverse contra la democracia. En efecto, si nos guiamos por la historia, es lo que acabarán haciendo todas las sociedades", ha alertado por su parte la escritora Anne Applebaum. España, convertida en el reino del veto y de la descalificación al rival, no está exenta de estos riesgos.

Los protagonistas

Pedro Sánchez. Presidente del Gobierno. Lanzó un órdago a la grande con la moción de censura y lo ganó, para más tarde darse cuenta de que gobernar no resulta fácil. Especialmente con la exigua representación del PSOE en el Congreso. Ahora, su futuro pende de un hilo con dos grandes turbulencias: las elecciones del 26 de mayo y las generales, que inevitablemente deberá adelantar. Pablo Casado. Presidente del PP. Las andaluzas eran su prueba del algodón y, como tantas veces en política, perdió pero a la vez ganó. Su meta para este año es tejer una mayoría de derechas con el objetivo de que el PP vuelva a la Moncloa. No lo tendrá sencillo, ya que deberá seducir a Ciudadanos y Vox. Albert Rivera. Presidente de Ciudadanos. El avance de la formación naranja sigue siendo lento pero inexorable, y las elecciones en Andalucía fueron la mejor muestra. Pero si el ‘sorpasso’ al PP tampoco llega en mayo –o antes, si hay generales–, es probable que el papel de Rivera quede en entredicho. Pablo Iglesias. Líder de Podemos. El partido morado parece no levantar cabeza. Su secretario general batalla para mantener un liderazgo interno lastrado por los sucesivos baches electorales. En 2019 se verá si su papel más conciliador con el PSOE se traduce en réditos. Santiago Abascal. Líder de Vox. Su inesperado resultado en Andalucía ha catapultado las posibilidades de Vox, partido hasta ahora residual que podría llegar a ser la quinta fuerza en el Congreso. La extrema derecha conseguiría así en España una visibilidad de la que goza ya en gran parte de Europa. Quim Torra. Presidente catalán. El jefe del Govern ha tratado en 2018 de navegar entre las aguas de la ruptura y del acatamiento de la Constitución. Para 2019 deberá continuar lidiando con la división independentista, lo que puede obligarle a adelantar las autonómicas. Sería la quinta cita con las urnas para los catalanes en nueve años. Felipe VI. Rey. Tras el hito de su discurso de octubre de 2017 sobre Cataluña, el Monarca ha afrontado un año menos tenso. Quizás la noticia sea el protagonismo que ha adquirido la Princesa de Asturias, que durante este año consolidará su papel como heredera. José Manuel Villarejo. Excomisario procesado. El oscuro empresario y expolicía ha sustituido a Luis Bárcenas como símbolo identificable de la corrupción en España. El reguero de grabaciones de Villarejo, que han hecho tambalearse a muchas de las instituciones del Estado, tiene pinta de que continuará extendiéndose en 2019. Dolores Delgado. Ministra de Justicia. La renovación del Consejo General del Poder Judicial que pactaron el PSOE y el PP saltó por los aires y ahora Delgado tiene el difícil papel de recomponer los puentes con los partidos para que la indeseable situación de interinidad del actual CGPJ no se eternice. Pere Navarro. Director de la DGT. Navarro volvió hace unos meses al cargo con una receta para reducir los muertos en carretera:bajar las velocidades máximas. En carretera, de 100 km/h a 90;en los carriles urbanos de sentido único, a 30 km/h. Otro reto es la regulación de los patinetes eléctricos.

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