La playa

La playa... un sueño
La playa... un sueño
Spencer Platt / AFP

Soy sincera al decir que no me apetece escribir sobre lo que pasa. De un gobierno instalado entre campañas electorales, un partido metido en fuego amigo, un ayuntamiento investigado, más impuestos y otros casos de corrupción. Por puro aburrimiento, porque ya me lo sé, y no hace falta poner nombres ni fechas que podían intercambiarse con cualquier año atrás o adelante y volver a contar lo mismo con otras caras que vuelven a caer en más de lo mismo. Es darse cabezazos contra la pared. Es lo malo de tener años, que todo es un ‘déjà vu’ que te convierte en el abuelo Cebolleta, porque te ves diciendo « ya lo sabía», «ya te lo dije»…

Y me rebelo. No quiero decir obviedades y ser la plasta sabelotodo. Lo escribo mientras me como unos trozos de sandía que me despistan y miro sin ver el chupinazo de Pamplona, en unas fiestas que se han convertido en un símbolo del ‘no’ para la mujer. Como lo fue hace años cuando se plantó frente a ETA cuando asesinó a Miguel Ángel Blanco, como parte del gran poder silencioso que ya salía a las calles en forma de lazo azul hace justo 25 años, surgido como protesta pacífica contra el secuestro de Julio Iglesias Zamora. La marea que desde entonces fue arrinconando el apoyo al terrorismo hasta situarlo en el corazón de los irreductibles de la izquierda abertzale. Ahora suena viejo, raro, extraño hablar de ETA, una terrible herida en nuestra historia. Y no sé por qué pienso en la fragmentada Cataluña. Vuelo hacia esos 12 niños atrapados en una cueva en Tailandia desde el 23 de junio sin poder salir. Hacia el horror vivido por la joven murciana de 19 años rescatada en la selva peruana de las entrañas de una secta gnóstica que la tenía cautiva desde enero de 2017, con un bebé y el dolor marcado en el rostro. Angustia saber que 2.749 nombres conforman la lista de casos activos en España de niños y adolescentes desaparecidos, y esa agonía de qué le llevó a huir, ¿dónde estará? ¿Pasará hambre, frío...? Así que lo que quiero es achuchar a mis hijos repartidos por el mundo, llevármelos a una playa, soñar con ellos.