El Titanic, un campo de restos capaz de volverse una trampa letal

La implosión del gran trasatlántico partió el navío en dos trozos y desperdigó numerosos pedazos en un área de cuatro kilómetros cuadrados surcada por fuertes corrientes que pueden complicar la vida a una expedición.

Imagen mapeada y escaneada de cómo se encuentra en la actualidad el Titanic.
Imagen mapeada y escaneada de cómo se encuentra en la actualidad el Titanic.
EP

La posibilidad de que el Titanic atrapara al sumergible Titan durante su inmersión ha estado sobre la mesa de los guardacostas desde el mismo instante de su desaparición. Lejos de la fotografía impresa en el imaginario popular sobre el naufragio más famoso de la historia, los restos del trasatlántico que asombró al mundo por su envergadura y teórica resistencia no descansan como una silueta fantasmal sobre un fondo limpio. En su descenso a las profundidades, el navío reventó, se partió en dos grandes segmentos, las cubiertas se aplastaron unas sobre otras como naipes de una baraja y una enorme cantidad de pedazos quedaron desperdigados a su alrededor en un área de cuatro kilómetros cuadrados.

Pilotos con amplios conocimientos sobre el Titanic aseguran que la complicación de navegar en ese enjambre de metal es elevada. Un portavoz de los guardacostas daba por hecho este martes que uno de los peores escenarios sería que el Titan hubiera quedado desgobernado a causa de un fallo eléctrico y a la merced de unas corrientes que le hubieran arrojado al campo de escombros hasta engancharlo a algún pedazo del buque.

El sumergible es pequeño, hermético, construido con carbono y se maneja con una especie de sencillo 'joistick', según la descripción de David Pogue, corresponsal de la cadena CBS que el año pasado descendió en busca de los misterios del Titanic en el mismo aparato ahora desaparecido. No lo logró. El mal tiempo y la oscuridad plena a 3.800 metros de profundidad impidieron a la expedición encontrar al gran buque. «No hay GPS bajo el agua, por lo que se supone que el barco de superficie debe guiar al submarino hasta el naufragio mediante el envío de mensajes de texto», explicó Pogue sobre el funcionamiento de las cosas ahí abajo. Un responsable de los guardacostas canadienses ha explicado también que el lecho donde descansa el pecio tiene «el tamaño de Connecticut».

El Titanic se estrenó como el barco de pasajeros más grande del mundo hace 111 años. Y el más seguro. Se consideraba que su resistente casco y su sistema de mamparas lo convertían en insumergible. Pero no pasó de su viaje inaugural. Entre la noche del 14 de abril de 1912 y la madrugada siguiente se hundió al chocar contra un iceberg en pleno océano Atlántico, a 600 kilómetros de Terranova. Había partido de Southampton, en Reino Unido, y debía arribar en Nueva York (Estados Unidos) con más de 2.000 pasajeros a bordo. Más de 1.500 se hundieron con el navío.

El montículo misterioso

Cabe presuponer que la precipitación al fondo del enorme trasatlántico consistió en un ejercicio de demolición progresiva. Los restos de la estructura depositados alrededor apuntan en esa dirección. El impacto con el fondo debió ser igualmente colosal. Reposa en dos trozos. La proa y la popa se hallan separadas, a 800 metros una de otra, al sur del Gran Banco de Terranova. El lugar es conocido como el Cañón del Titanic, según lo denominó el geólogo Alan Ruffmann en 1991, seis años después de que el pecio fuera descubierto.

Como anécdota queda un curioso misterio que ha intrigado hasta fechas recientes a más de un geólogo y arqueólogo marinos. Después del hallazgo del Titanic, un enorme montículo longitudinal fue detectado en 1996 a escasa distancia del pecio. Tal formación ha dado pie durante décadas a todo tipo de especulaciones: desde que se tratara de una singular construcción geológica desconocida hasta los restos de otro buque enterrado en el lecho marino. No ha sido hasta hace un par de años en que una expedición científica logró confirmar que la estructura está compuesta por un cúmulo de rocas basálticas a cuyo abrigo ha crecido un variado ecosistema marino. Adiós a la leyenda del cementerio de los barcos hundidos. El resultado lo dio a conocer OceanGate, la misma compañía a la que pertenece el sumergible Titan desaparecido.

Robert Ballard y Jean-Michel Louis tienen la paternidad del descubrimiento del pecio y también de la decisión de dejarlo en el fondo del océano para preservar la tumba de sus 1.500 fallecidos. Ballard es un individuo que pertenece a la historia naval estadounidense. Científico y oficial de la Marina de EE UU, en las décadas de 1980 y 1990 localizó los restos del acorazado Bismarck y del portaaviones USS Yorktown. Y antes que el Titanic rescató los restos de los submarinos nucleares Thresher y Scorpion, hundidos durante la Guerra Fría en esas aguas del Atlántico que conservan los fantasmas del mar.

El transatlántico se encuentra a unos 600 kilómetros de la costa de Terranova, en Canadá, a una profundidad de 3.800 metros

Fue precisamente esta experiencia la que le permitió dar con el paradero del famoso trasatlántico. Las crónicas de la época cuentan cómo los dos submarinos habían reventado debido a la presión del agua mientras se hundían y miles de trozos salieron despedidos en todas direcciones. Ballard sólo tuvo que seguir el resto de esos escombros para dar con los sumergibles.

La misma idea la aplicó al Titanic, que ya había intentado encontrar en 1975 durante una expedición que fracasó por la falta de recursos. El arqueólogo sabía que el gran buque también implosionó durante su naufragio, de modo que debía haber numerosos pedazos en el fondo conformando un rastro magnífico. Con la ayuda del Argo, un robot sumergible, Ballard y Louis barrieron el fondo marino. El aparato descubrió primero varios socavones en el fondo, producto de decenas de impactos de metralla metálica; luego aparecieron los primeros pedazos del Titanic, y más tarde el casco partido.

El pecio acogía ya un enorme ecosistema marino y unos bancos de peces cuyo leve sonido al nadar entre los restos despertó años más tarde las fantasías de quienes pensaban que eran señales misteriosas enviados desde el puente de mando.

La vida tampoco ha sido sencilla para el navío allí abajo en la oscuridad. La mística del Titanic ha multiplicado las misiones exploratorias y los viajes turísticos al lugar donde yace. Esta suerte de expediciones 'domingueras' de alto nivel ha dañado algunas de las cubiertas por los impactos de los sumergibles. El interior también ha sido expoliado. Y, como sucede en el Everest, pero en este caso en el lecho submarino, abundan la basura, los desechos y las piezas perdidas por los barcos que visitan la zona. Debe ser duro para un investigador trasladarse hasta esas profundidades para encontrarse con un vaso de plástico. Los hay a cientos.

La bacteria que devora el metal

El futuro del Titanic es su plena desaparición y, por eso, muchos especialistas consideran que se ha intensificado el furor para visitarlo. No importa el precio, como revela el elevado nivel de los pasajeros que ocupan el 'Titán'. El buque afronta ya su último viaje a la decrepitud. En medio siglo habrá quedado convertido en un vestigio. Las amenazas son varias. A menos de tres kilómetros se extiende una gran extensión de lodo y sedimentos que las corrientes arrastran inexorablemente hacia el pecio y que acabarán enterrándolo. Pero antes será devorado por los microorganismos.

Una bacteria, llamada Halomonos Titanicae a la sazón, se ha desarrollado a esas profundidades hasta colonizar el Titanic junto a amplias colonias de hongos. El microorganismo oxida el hierro para mantener en activo su metabolismo y sobrevivir en un medio tan adverso donde necesita enormes dosis de energía. Es posible descubrirlo a simple vista. Hay imágenes que muestran enormes protuberancias oxidadas en las barandillas y otras partes del buque que han sido formadas por la bacteria, capaz de consumir 50 kilos de metal al día. A ese ritmo, lo más probable es que la presión aplaste sucesivamente la superestructura del trasatlántico a medida que sus planchas se hagan más finas hasta transformarlo en un cúmulo de hierros irreconocible del que solo se salvará el mito.

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