Dos tiros por tocar a la puerta equivocada

Biden reacciona ante el caso de un adolescente al que un anciano disparó a quemarropa a través de la puerta de su casa.

Combo de imágenes de Ralph Yarl y Andrew Lester
Combo de imágenes de Ralph Yarl y Andrew Lester
Agencias

A Trayvon Martin, de 17 años, lo mató en 2012 un vigilante de barrio de Florida cuando iba a comprar caramelos. A Tamir Rice, de 12, lo acribilló la Policía en 2014 cuando se entretenía con una pistola de juguete en un parque de Cleveland (Ohio). Y a Ralph Yarl, un adolescente de Kansas City (Misuri), le metió dos disparos el jueves un anciano de 84 años al que tocó a la puerta por error cuando su madre le encargó recoger a sus hermanos pequeños. Todos eran más jóvenes e inocentes de lo que pensaron sus justicieros.

Eso conlleva ser negro en EE UU. La pesadilla de cada madre de color, a la que no le basta con asegurarse de que su hijo no se mete en líos. "Le dispararon por existir", admitió el alcalde de Kansas City, Quinton Lucas, cuyo fiscal ve "un componente racial" en el último incidente que ha indignado al país. "¿Cuándo vamos a reconocer que el miedo tiene un color?", dijo en un comunicado la Iglesia la que asistía el niño.

Lo que diferencia a Yarl de los otros casos mencionados es que está vivo, de puro milagro. El lunes le llamó el propio presidente Joe Biden para animarle en su recuperación, alentar sus sueños de ser ingeniero y su afición por el clarinete, que toca en una orquesta de jazz. "Rezo por él", le dijo a su madre, una enfermera.

La primera personalidad de la Casa Blanca en dedicarle sus oraciones ese mismo lunes había sido la vicepresidenta Kamala Harris, que empuñó Twitter para hacer causa común. "Que quede claro: ningún niño debería vivir con miedo a que le peguen un tiro por tocar a la puerta equivocada. Este no es el país por el que estamos luchando". Solo el país en el que vive.

Andrew Lester, un hombre blanco de 84 años, se acababa de meter en la cama cerca de las diez de la noche cuando oyó el timbre. Miró por la ventana y vio, según su descripción policial, "a un negro de dos metros que intentaba forzar la cerradura". Yarl, un adolescente enclenque, ha declarado desde el hospital que ni siquiera tocó el pomo. Se limitó a esperar a que le abrieran y, finalmente, alguien lo hizo. Lester retiró la puerta de madera y le soltó un disparo en la cabeza a través de la segunda puerta de cristal con su revolver Smith and Wesson del calibre 32. Ya en el suelo quiso rematarlo con un segundo disparo que le dio en el brazo. Pese a tener la bala alojada en el cráneo con lesiones cerebrales graves, el chico alcanzó a levantarse y salir huyendo de la furia del anciano. "¡No vuelvas por aquí!", dice que le dijo, aunque Lester asegura que no intercambiaron palabra.

'Comprensión' policial

Tuvo que llamar a tres puertas antes de que alguien le asistiera. Algunos vecinos ya estaban al tanto. Habían oído su coche aparcar frente a la casa de un hombre mayor que no acostumbra a recibir visitas a esa hora y poco después oyeron los disparos, pero no quisieron abrirle la puerta "al negro". Todavía alguno le dio el beneficio de la duda a su vecino. "¡Estaba muerto de miedo, era de noche!", declaró un vecino, que se niega a considerarlo un crimen racial.

La Policía también fue benevolente. Le pidió que le acompañase a comisaría para tomarle declaración y le dejó marchar sin cargos al cabo de un par de horas. Solo la indignación popular, desatada por el interés que ha tomado la Casa Blanca en el caso, ha provocado cuatro días después la dimisión forzada de la jefa de Policía y la presentación de cargos contra el hombre de 84 años, al que pueden caer entre diez y treinta años de prisión. El juez fijo este martes la fianza en 200.000 dólares y le dejó volver a su casa.

Más complicado lo tiene Kevin Monahan, un residente de Hebrón, en el Estado de Nueva York, que el sábado por la noche salió al porche de su casa y disparó dos tiros contra el coche que estaba dando la vuelta en su entrada. Uno de ellos alcanzó a Kaylin Gillis, una joven blanca de 20 años que iba en el vehículo con otras dos personas buscando la casa de unos amigos. El GPS perdió la señal en esa carretera rural de poca cobertura y acabaron por error en la casa de Monahan. Allí murieron sus sueños de estudiar Biología Marina en Florida. El hombre de 65 años ha sido encarcelado, acusado de asesinato en segundo grado, después de resistirse a su arresto cuando la Policía vino a buscarlo. El padre de la chica trabaja en una penitenciaría cercana.

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