En las entrañas de Kiev, la ciudad fantasma

El periodista español Marcos Méndez narra en primera persona su recorrido por la capital de Ucrania, casi vacía tras la huida de mayor parte de su población.

Un militar ucraniano, tras una barrera disuasoria en Kiev.
Un militar ucraniano, tras una barrera disuasoria en Kiev.
Marcos Méndez

En el tren que va a Kiev sólo vamos periodistas y voluntarios que van a luchar. Tenía prevista la llegada a las 7.45 pero llegamos a las diez de la mañana. A las once ya estábamos en el hotel Kozatsky, en pleno centro de la ciudad, en su plaza de la independencia y cerca de muchos, demasiados para mi gusto y nuestra seguridad, edificios oficiales. Eso sí, desde el balcón de mi compañero Ignacio, operador de cámara y fotógrafo, tenemos un tiro bien chulo para hacer los típicos directos balconiles a los que nos obliga el toque de queda.

Sin tiempo para sacar nada de la mochila suenan las primeras sirenas antiaéreas, al lado, no como en Leópolis, que las oíamos más a lo lejos, según me contaron. Al poco suenan explosiones. Esas sí sonaron lejanas... y otra vez las sirenas. Bienvenidos a Kiev.

Luego por la tarde Alexey y Kiril, nuestros 'fixers' aquí, nos llevaron a ver algo de la ciudad. Es una ciudad fantasma. Vacía. Las carreteras están cortadas a cada instante por erizos metálicos, bloques de hormigón que te obligan a zizaguear y 'check points' tanto militares como de milicianos. Todas las tiendas, excepto alguna que otra de alimentación, están cerradas. Vamos a ver un refugio, una estación de metro en la que, a pesar de ser las cinco de la tarde, ya hay gente. Algunos incluso llevaron algún mueble para allí y montaron un cuarto improvisado con sus estanterías y el colchón en el suelo. También hay alguna tienda de campaña, y al fondo una pantalla y un proyector. Cuando nosotros fuimos tocaba El Hobbit. El cine siempre, por triste que sea, alegra el espíritu.

Me dice Alexey que por la noche las estaciones están llenas, que después de las 20.00, la hora del toque de queda, se cierran las puertas y la gente ya no sale hasta la mañana siguiente. Hay gente que pasa el día todo ahí. De la poca gente que queda en la ciudad. Según Alexey, la mitad de una población de casi tres millones de personas ya marchó.

Un edificio residencial de Kiev que fue atacado por un misil.
Un edificio residencial de Kiev que fue atacado por un misil.
Marcos Méndez

Seguimos nuestro paseo por un Kiev triste, solitario, preparado para defenderse del enemigo que ya está las puertas, a unos 20 kilómetros al este, oeste y norte. En Irpin, una de las ciudades dormitorio capitalino hoy murió el primer periodista extranjero. Era norteamericano y freelance, como lo son la mayoría de los que están aquí. Si les compran la foto, las imágenes o el reportaje ese día facturan; si no, toca pagar hotel, comidas, seguros y 'fixer' sin ver un perro a cambio. De la situación de algunos de los compañeros de los medios hablaré otro día. Da para mucho.

Símbolo de la guerra

Alexey y Kiril nos llevan al edificio residencial que fue atacado por un misil. Un misil interceptado por las defensas antiaéreas y que fue a dar en el edificio, alto y amarillo. No murió nadie, porque poca gente había, pero hubo heridos, entre ellos un niño de un año al que le tuvieron que amputar una pierna. La imagen de ese edificio quedará por siempre jamás como símbolo de esta guerra. Mientras mis compañeros tiran fotos yo hablo con Alexey. Me muestra su trabajo. Es diseñador gráfico y de los buenos (Alexey Bulava en Behance, o Vimeo, echadle un ojo y seguidlo si os gusta lo que hace).

Ahora, de vuelta en mi cuarto del Kozatsky, mirando su portfolio y sus trabajos, sobre todo uno que titula 'Chesnut Fontain', lleno de color y de vida, pienso en la mala suerte de habernos conocido en esta situación, pero en la buena de que esté, junto con Kiril, con nosotros, para darle vida con sus palabras a una ciudad que casi parece muerta.

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