Una Europa más supranacional

Manfred Weber of the European People's Party (EPP) gestures during a press point after a debate which is broadcast live across Europe from the European Parliament in Brussels, ahead of the May 23-26 elections for EU lawmakers, in Brussels, Belgium May 15, 2019.  REUTERS/Francois Walschaerts [[[REUTERS VOCENTO]]] EU-ELECTION/DEBATE
Manfred Weber, candidato del Partido Popular Europeo a la presidencia de la Comisión.
François Walschaerts / Reuters

Habrá diatribas y enfrentamientos dialécticos entre los estados europeos sobre los problemas de la inmigración, del medio ambiente, del euro como moneda común o de su fortaleza económica, pero nadie discute hoy que la Unión Europea construyó desde sus inicios un dique de paz que ha resistido los embates de un largo periodo de tiempo entre naciones con una historia secular de conflictos bélicos. Nada menos que durante setenta años.

Desde las últimas elecciones al Parlamento Europeo (2014) han cambiado mucho los escenarios mundiales y las naciones con las que competía Europa se han hecho más autoritarias. Citemos, por ejemplo, la Rusia de Putin o la América de Trump, sin olvidar la China de partido único pero de liberalismo económico de superpotencia. Las tres, más inclinadas últimamente a confrontaciones directas, duras y peligrosas. Por otra parte, muchos ciudadanos europeos han perdido la confianza en las instituciones comunes, a las que consideran extremamente burocratizadas, recelando simultáneamente de las democracias liberales y replegándose hacia partidos soberanistas, nacionalistas o populistas. De ahí que convendría en los próximos comicios europeos volver a plantearse el tema de la paz y de la superación pacífica de los conflictos, asuntos que parecen olvidados y como pertenecientes al pasado, en lugar de proyectarlos hacia un futuro muy incierto y sombrío, aunque parezca esta una profecía de agorero pesimista.

La llegada al Parlamento de Estrasburgo de los ‘soberanistas’ con un empuje más fuerte no traerá una mayoría decisiva, pero representará para esos movimientos un éxito difuso cuyas consecuencias son previsibles: la disminución del proceso supranacional integrador de cara al porvenir, ya complicado con las dubitaciones y los trompicones del ‘brexit’ isleño (las encuestas dan como ganador de las elecciones europeas en el Reino Unido a un eurófobo como Nigel Farage).

También los partidos populistas proclaman el estar dentro y fuera de la UE según sus conveniencias soberanistas nacionales. No ven más allá de sus fronteras. Sin embargo, los europeos deberíamos pensar que nadie podrá defender la paz mejor que nosotros mismos, dotándonos de capacidades de autodefensa contra posibles agresores, sean militares, terroristas o cibernéticos. Esta autodefensa no solo favorecería a los estados, a los ciudadanos o a las empresas, sino que afianzaría el desarrollo de los valores y de la civilización europeos.

Es también predecible que los parlamentos futuros de la Unión Europea soliciten de sus miembros e instituciones poderes y recursos para que en Europa se establezca una política exterior única, comunitaria. Los únicos movimientos políticos estructurados que se opondrían a dar ese paso serían los nacional-populistas, para los que toda cesión de soberanía nacional en aras de la supranacionalidad comunitaria sería un fracaso. Vendrían después las contiendas de unos contra otros y hasta posibles enfrentamientos violentos. Parecen visiones de ciencia-ficción, pero no son descartables.

Votemos pues con cabeza para que el Parlamento Europeo siga en manos de socialdemócratas, conservadores y liberales. Bloqueemos el paso a los populismos retrógrados y euroescépticos, cuyos programas no se orientan hacia un futuro risueño de bienestar, sino hacia un pasado histórico egoísta y peligroso, ya superado.

Quienes vieran el debate televisivo europeo, previo a las elecciones, montado en Bruselas y emitido también por TVE percibirían una cierta tensión y discrepancia entre Manfred Weber y Frans Timmermans. Ambos candidatos a presidir la Comisión -el primero por el Partido Popular Europeo y el segundo por los socialistas- reflejaban en definitiva la postura de sus mentores, Merkel y Macron, respectivamente, o de Alemania y Francia, aunque los dos insistían en la conveniencia de una Europa más transparente, con el mayor poder posible en manos de los ciudadanos más que en las instituciones. Quizás siguiendo esa partitura, veintiún jefes de gobierno habían apelado antes insistentemente al voto ciudadano de apoyo a una mayor integración, ya que «Europa es la mejor idea que hemos tenido». Son contrarios a redimensionar algunas metas ya alcanzadas, como la libertad de movimientos, o a abolir instituciones comunes. Al contrario la mayor integración y la más sólida unidad europea (supranacionalidad) son esenciales para frenar el nacionalismo y otras ideologías extremas. ¡Ojalá que se llegue cuanto antes a los Estados Unidos de Europa!

José Luis Martín Cárdaba es diplomático y periodista

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