REAL ZARAGOZA

Flores y el circo, versión 1.0. Escribá, el Zamora y el Pichichi, versión 2.0.

Hace 21 años, en el penúltimo ascenso del Real Zaragoza, el entrenador avisó del feísmo: "el que quiera espectáculo que vaya al circo". La adaptación a la modernidad del técnico valenciano es su lema "prefiero tener al Zamora que al Pichichi".

Paco Flores (izda.) y Fran Escribá (dcha.) en La Romareda, entrenadores del Real Zaragoza en las temporadas 02-03 y 23-24 respectivamente.
Paco Flores (izda.) y Fran Escribá (dcha.) en La Romareda, entrenadores del Real Zaragoza en las temporadas 02-03 y 23-24 respectivamente.
Carlos Moncín/Francisco Jiménez

Dijo Paco Flores en julio de 2002 en su presentación como entrenador del Real Zaragoza en Segunda División: "el que quiera espectáculo, que se vaya al circo". 

Fue el anuncio del fútbol que venía esa campaña, después de haber descendido de modo traumático en el curso anterior de la mano de Chechu Rojo, Luis Costa y Marcos Alonso (había sido un año de tres técnicos) a los mandos de una plantilla millonaria que fracasó estrepitosamente. Era, como siempre fue cuando el Real Zaragoza cayó accidentalmente a Segunda, un año de un único plan, de innegociables alternativas: subir o subir era la 'disyuntiva'. 

Flores Lajusticia, catalán de cuna pero hijo, nieto y biznieto de aragoneses (padre de Ambel, madre de Borja), llegó con ese único objetivo: tenía un año para devolver al club a la élite. Y no tuvo empacho en soltar su lema de cabecera, pese a ser antipopular a más no poder, en un territorio, La Romareda, donde el gusto por el buen fútbol, más allá de las victorias, los éxitos y las buenas clasificaciones, viene de tiempos muy lejanos, del blanco y negro, de los días del NO-DO y la hoja deportiva; es decir, de la tradición, de los ancestros, de la idiosincrasia propia, del ADN, de los cromosomas... todo eso que no se puede ni se debe tocar demasiado en los lugares donde se veneran las raíces y se valora como deben las cuestiones consanguíneas.

Y lo cumplió a rajatabla. El Real Zaragoza acabó ascendiendo en junio pero fue a base de atravesar jornadas y jornadas de fútbol de latón, de hojalata, mate, de nula plasticidad, feo y despreciable a los ojos de la afición, con espectáculos impropios de un equipo como el zaragocista en la división de plata. Flores tuvo que armarse de espaldas anchas y demostrar ser un buen encajador porque las críticas, los silbidos, más de dos y tres pañoladas masivas y algún exabrupto de los más desbocarrados de la zona de Preferencia fueron moneda común cada domingo (entonces, sí, el fútbol solía ser siempre, aún, los domingos después del café).

A nadie extrañó, pues, lo acontecido aquella temporada. Avisado estaba el zaragocismo desde el día 1 de Flores. Vivir 'in situ' el 0-0 de Ipurúa contra el Eibar o el 0-0 en el campo del Compostela, sin tirar a puerta ni una sola vez, sin pisar el área rival jamás (literal), fueron dos píldoras intragables que dieron forma real a la advertencia de Flores. La liga ya había empezado con un 0-0 en La Romareda ante el Córdoba que sirvió de muestra, de entremés palmario. Hubo más días con fuertes dosis de la nada más absoluta, otro 0-0 absurdo en Albacete y, sobre todo, el 0-0 en casa con el Polideportivo Ejido que encendió hogueras en enero. 

Aquel Zaragoza del máximo feísmo perdió en casa 0-1 con el Compostela en la segunda vuelta y 1-2 poco después con Las Palmas (la derrota del día final por 1-3 contra el Salamanca no cabe valorarla en firme, pues el ascenso ya estaba consumado y fue anecdótica pese a doler).

Flores era feliz y sacaba pecho cuando su Zaragoza ganaba 1-0 al Murcia, al Almería, al Tarrasa, al Numancia y al Xerez en días consecutivos en La Romareda (sí, cinco consecutivos como locales) con espectáculos grises y plúmbeos, rechazados con broncas constantes por una afición aburrida e incrédula por ver cómo se apostaba sin rubor por semejante fórmula para ascender. También se dio otro 1-0 favorable ante el Levante más tarde. Era lo elegido: golito y a guardar, a destruir, a que no pasase nada más. 

Hubo más patinazos en La Romareda, fruto del vicio del equipo, adquirido a base de órdenes técnicas, de jugar pragmáticamente y buscar solo el resultadismo. Un 2-2 ante el Leganés, salvado 'in extremis' en el aumento, otro 2-2 al principio del curso con el Racing de Ferrol. Un 1-1 frente al Sporting de Gijón, que se repitió después en la matinal del ascenso matemático con el Albacete. La Romareda no fue inexpugnable, al menos todo lo que se presumía al inicio de aquel curso. El riesgo de jugar así presentaba rendijas permanentes para tener que asumir chascos a menudo. 

Pero a Flores le salió bien la apuesta. El Real Zaragoza fue 2º y ascendió (entonces subían los tres primeros, sin promociones). Fue el triunfo de la racanería futbolística por encima de cualquier atisbo de belleza. Dio igual tirar a la basura desde septiembre los valores de una plantilla donde convivían tipos como Galletti, Aragón, Paco Jémez, Juanele, Jamelli, Drulic, Yordi, Cani, Komljenovic, Corona, Generelo, Soriano, Láinez, Toledo, Rebosio, Galca... todos, bien internacionales con diversas selecciones, bien campeones y con títulos en España y Europa, bien mundialistas, bien eurocopistas. Un plantillón en aquel inhóspito lugar. El catecismo de Flores se inoculó a este grupo y, con todas las consecuencias, se tiró adelante a suerte o verdad. Y salió cara. 

La versión 2.0: Escribá y su Zamora versus Pichichi

Veintiún años después de aquel histórico episodio con el singular, inefable e inolvidable Francisco Flores al frente del penúltimo ascenso zaragocista, está en vigencia la versión moderna, la 2.0 que abandera Francisco Escribá, su homónimo valenciano, el entrenador del presente. 

Fran dijo en pretemporada una frase que ha calado como nuevo lema para este curso en el cerebro de los aficionados blanquillos: "prefiero tener al Zamora que al Pichichi en la plantilla". 

Es una declaración de intenciones evidente del proyecto futbolístico de Escribá. El Zamora hace referencia al premio al portero menos goleado en la liga, en memoria del legendario Ricardo Zamora. El Pichichi, al gemelo que galardona al máximo goleador de una temporada. El actual entrenador blanquillo prefiere la defensa sobre el ataque. Basa su éxito final en un preponderante sistema defensivo y de destrucción de los ataques rivales por encima, en valor y aplicación, del mecanismo generador de fútbol y de consumación de goles propios. 

La puesta en escena del Real Zaragoza en las primeras 10 jornadas responde claramente a este 'leitmotiv' de Escribá. Y, como a Flores hace 21 años, en global, no le está yendo mal. Tiene al equipo 5º clasificado, con 19 puntos sobre 30, seis victorias (tres ya por 1-0) un empate y tres derrotas (dos en La Romareda, donde ya hay runrún hace días). 

Es un buen inicio de liga en general, el de Escribá. Solo que, como de sus seis triunfos, cinco fueron seguidos al principio, se hinchó el globo de tal manera que ahora que vienen los pinchazos seguidos el ruido empieza a ser chirriante y estridente. Es lo que tienen los globos. 

Si a Escribá, dentro de ocho meses, le ha ido tan bien como a Flores, el calvario, el suplicio, las paradojas, habrán merecido la pena. Si no, naturalmente habrá habido una equivocación. El tiempo dirá. 

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