La honra al capitán

Una de las imágenes realizadas para el Final de la Copa del Rey en 2006
Una de las imágenes realizadas para el Final de la Copa del Rey en 2006
H.A.

Como bien señaló este viernes Fran Escribá en su comparecencia de prensa, ahora la cuestión es honrar a Alberto Zapater y cómo hacerlo.

En tal honra, a estas horas aun indefinida para el jugador, el zaragocismo y la opinión pública, no sólo va la muestra de respeto, cariño y admiración al futbolista, deberes elementales, sino también al propio club.

Zapater es historia ciertamente viva y palpable del Real Zaragoza. Es el último puente que queda en activo –hasta el próximo 30 de junio– con el mejor pasado de la entidad, cuando el equipo de La Romareda se trataba con cierta igualdad con los grandes clubes de Primera y sus capitanes levantaban en sus manos títulos. Fue, precisamente, Alberto Zapater quien elevó al infinito del cielo la copa del noveno y último título conquistado, la Supercopa de España, ganada al Valencia en el estadio Luis Casanova en el mes de agosto de 2004.

Dos años después, siendo capitán el futbolista de Ejea de los Caballeros, el Real Zaragoza aún jugó una final más de Copa del Rey, en el estadio Santiago Bernabéu, frente al Espanyol de Barcelona. Pero aquella no fue una noche de gloria, a pesar de que el bloque aragonés, en ese momento entrenado por Víctor Muñoz, llegaba como claro favorito, después de haber dejado en el camino al Fútbol Club Barcelona, al Real Madrid –con una histórica goleada en La Romareda que todavía se recuerda– y al Atlético de Madrid.

Zapater constituye en este sentido el postrer hilo directo con este pasado rico, tiempo que, aun siendo pretérito, no deja de animar la llama del zaragocismo y el deseo de todos de reencontrarnos antes que tarde con una especie de tierra prometida, por más que hayan transcurrido ya diez temporadas consecutivas en Segunda y nos encaminemos hacia la decimoprimera.

Cuando se retire por la conocida bocana de los vestuarios de la vieja Romareda por última vez, se despoje de su querido y sentido brazalete de capitán y deje de pisar el césped con sus botas bien sujetas, se apagará alguna luz. Concluirá algo que va más allá de su estricto adiós, de su dilatada y particular carrera, surcada por dolores y glorias. A todos los que viven y sienten de corazón el Real Zaragoza, se les escapará de alguna manera una porción de su propia e intransferible historia, porque se marcha, en esencia, uno de los nuestros.

Por supuesto, ya no habrá quien pueda hablar desde el vestuario a la afición de igual manera, un desempeño que ha acometido más veces de lo deseado durante las últimas tres temporadas, en las que ha habido que hablar, sobre todo, de supervivencia, permanencia o resistencia. Tampoco estará en el banquillo para que Fran Escribá pueda echar mano de él, como ha hecho en la presente, o hizo en su momento Juan Ignacio Martínez. No existirá la referencia. Se habrá ido esta capitanía. Vendrá otro tiempo. Viene de hecho.

No era, en todo caso, adecuado en ningún sentido que Alberto Zapater dejara el Real Zaragoza bajo la forma de un simple cierre de temporada y una finalización de contrato, dos ejes sobre los que pivotó en determinado momento su adiós. Tampoco resulta suficiente un vídeo subido al twitter oficial. La cuestión –siguiendo de nuevo las palabras de Fran Escribá– estriba en cómo honrar a Alberto Zapater y al propio Real Zaragoza.

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