Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Rafa Nadal: la resiliencia del héroe sobrehumano

Tennis - Wimbledon - All England Lawn Tennis and Croquet Club, London, Britain - July 6, 2022 Spain's Rafael Nadal in action during his quarter final match against Taylor Fritz of the U.S. REUTERS/Hannah Mckay TENNIS-WIMBLEDON/
Rafael Nadal volvió a jugar un partido inverosímil donde se superó a sí mismo.
HANNAH MCKAY

Rafa Nadal hace años que agota las metáforas y encaja mejor que nadie las más desmesuradas. Nunca acaba de asombrarnos: en él los límites de lo humano se instalan en la desproporción y el asombro. ¿Cómo habría contado Gabriel García Márquez las gestas del tenista mallorquín? ¿Qué palabras se deben usar para describir su capacidad de sacrificio, su ambición, la forma en que supera o mitiga el dolor propio, su instinto de supervivencia en plena agonía, su vocación imperturbable de gesta? ¿O ese modo de enmascarar que está al borde del abismo y que es hombre muerto, o moribundo al menos, o pasto ideal de los buitres del estadio? ¿Cómo es capaz de sobreponerse y de hallar ese karma, ese arrojo, esa paciencia demoledora, el arrebato del gesto homicida, la energía que le empuja como un vendaval?

En los últimos años, se ha puesto de moda una palabra: resiliencia. La capacidad de engullir la adversidad y de resolverla con una actitud positiva. Rafa obra una y otra vez el el prodigio, que nace no tanto de la magia, del puro sortilegio del deseo, sino del vigor, de la entrega, de los atributos del héroe clásico: mortal, sí, doliente, también, pero vehemente, insaciable, humanísimo en sus múltiples paradojas. Nadal se agiganta desde sus cicatrices, las visibles y las invisibles, como si fuera un zombi o u n superhéroe. 

Rafa Nadal firmó ayer un partido más que impresionante. Un partido donde nada estaba a su favor desde el ecuador: el rival, Taylor Fritz, agresivo y con espectaculares golpes, salió a ganar y demostró desde muy pronto que era un gran jugador. Otra de las figuras que se avecinan. Puso la directa y ganó el primer y el tercer sets por 6-3, casi con demasiada facilidad, pareció. Nadal tomó un respiro en la segunda manga con ese 7-5 y comenzó su labor de demolición, desde su particular herida, desde su inmensa vulnerabilidad. No hizo caso a su padre. Ni a nadie. Solo a su propio designio, a la fortaleza desmedida de su anhelo de campeón. 

Mortificado, Nadal igualó el choque y se preparó para la épica. O el naufragio. Y así, punto a punto, con un saque débil (que supo modificar y reorientar, e incluso logró varios ‘aces’), fue capaz de resistir y de desafiar a su joven rival, con bolas cruzadas y pesadas, con dejadas en la red, con su ágil voleo y con esas piernas que a veces parecen las de un velocista. Y acabó imponiéndose en otro partido inverosímil, ante un público que no daba crédito a su resistencia, a su condición de titán, a su impulso dominador, a su sed de victoria en una pista que le ha sonreído algo menos de lo que ha merecido, tanto en sus choques con Roger Federer como con Novak Djokovic.

Rafa Nadal volvió a firmar un partido majestuoso y bregado, que nunca dio por perdido, ni siquiera cuando su padre lo vio roto y desnortado, como un púgil grogui, y pidió que lanzasen la toalla blanda sobre el césped. Él, mordido en el abdomen o sabe Dios dónde, en el hombro o en el orgullo, tiene un sueño: pelear hasta el fin por un nuevo trofeo de Wimbledon. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión