Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

45 años de su muerte

Ojo (y oído, claro) a los últimos años discográficos de Elvis 

El Rey, enfermo pero estajanovista en los escenarios y en las grabaciones, publicó en los años 70 trece discos en estudio que merecen un detenido repaso para apreciarlos en su justa medida

Discos
Los trece discos de estudio que Elvis grabó en los años setenta

Otro nuevo aniversario, el 45, de la muerte de Elvis Presley, fallecido el 16 de agosto de 1977, y, de nuevo, las peregrinaciones a Graceland y el torbellino de nostalgia y admiración que este astro, ya eterno, remueve cada vez que llega esta fecha. Nunca me sumé a esta gran ceremonia teatral y menos lo haré ahora, que las facultades físicas dan para poco, pero sí seguiré tirando estantería para llenar mi reproductor de aquella música y de aquella voz superlativa; de vida emocional, que alimenta mucho más, pese a lo añosa que es, que toda esa tropa de nuevos ídolos de barro y estropajosos que alimentan estos desnortados tiempos musicales. Lo que me da oportunidad coyuntural para hacer varias consideraciones, especialmente las basadas en tres tópicos sobre la carrera artística del rocker de Tupelo.

Primera. Los siete primeros discos de Elvis, es decir, todos los de antes de irse a Alemania y el de regreso, Elvis Is Back, son sus cimas mayores. En ellos está resumido todo: lo mejor, lo revolucionario y hasta lo sublime. Correcto… Bueno, si no se corre un velo muy negro y espeso sobre lo que vino después.

Segunda: las películas eran un truño. Falso de toda falsedad. El rock de la cárcel y El barrio contra mí, ésta dirigida por el mismísimo Michael Curtiz, eran y son dos joyas en las que resplandece el Elvis que quería ser actor de Hollywood y de los buenos. Y, sí, en los sesenta empezó a facturar películas simplonas de argumento, que algunos han calificado más cruelemente… Bueno, ¿y qué quieren unos y otros? ¿A Bergman? ¿Cine de arte y ensayo? ¡No, por Dios!

Las películas musicales, y más aún las de Elvis, tenían un objetivo primordial: mostrar al astro, y si era cantando, que lo hizo en casi todas, mejor que mejor. Los argumentos triviales, las escenas gomosas…, pues bueno. Hubieran sido más ‘elevadas’ sin estos planteamientos, más sólidas en argumento, diálogos, realización…, pero es que iban destinadas al gran público, y ante todo, a sus fans. Que disfrutaban con verle en la gran pantalla y cantando. Y, además, en medio de aquella explosión de colorido y de guapas chicas a su lado, que, en alguna ocasión, le robaban cámara, pantalla y punto de atracción… ¡ay!, aquella Anne Margret de Viva Las Vegas.

Es cierto que el avaricioso Coronel Parker solo quería dinero, y el de las películas era un filón inagotable… Y muy cómodo para él: no era lo mismo negociar con el jefe de una gran discográfica que con decenas y decenas de promotores de conciertos. En fin, personalmente, paso mis buenos ratos con estas pelis y tengo en débito de quehaceres fabricarme un día un largo vídeo con los cortes musicales de cada una de ellas. Disfrutaré. Manías, alegres manías.

Y tercera consideración: los setenta elvisianos, su última etapa artística y musical, fue desastrosa. El clisé: Elvis gordinflón, cargado de lamé y lentejuelas como una escultura del rococó, sin voz, viviendo su declive de las rentas… Falso, no: herejía total. Desconocimiento, ignorancia. Es cierto que estaba fuera de tiempo, que se comportaba musicalmente como un maduro crooner y que se había distanciado de la gente joven. El hard rock, el sinfo-rock, el underground o el rock progresivo dominaban la escena, amén de las vanguardias, es decir desde Led Zeppelin a Yes, King Crimson, Can o Soft Machine, por citar algunas de las cabezas más visibles de aquellos géneros. Y poco que le importaba. En realidad, es que desdeñaba aquella evolución del rock, como ya hizo previamente cuando Beatles y Rolling Stones llegaron para darle radicalmente la vuelta a la tortilla musical de los sesenta.

Así que él se aplicó a lo que sabía hacer y le gustaba, a reverdecer el country, el rocanrol, el blues, el soul y el gospel que ahormaron sus tiempos gloriosos de los cincuenta. Y a cantar con una voz más hecha y melódica, exhibiendo, como diría Springsteen, una rica geografía musical, una portentosa riqueza de matices, timbres y tonalidades. Un fantástico colorido vocal y de dicción que solo privilegiados como él, Tom Jones o Engelbert Humperdinck podían lucir en aquel momento. Y todo ello, envuelto en sonoridades ampulosas, grandes, expansivas, que le sirvieron las impresionantes distintas bandas que fue formando, a veces, rayanas, en grandes orquestas como la que le acompañó en el mítico Aloha From Hawaii. Aunque en alguna ocasión metió puntadas ajenas a su paño, como el wha wha a lo Tempations que sonó en If You Don’t Comeback, de Raised On Rock (1973) y antes en The Next Stop Is Love, de That’s The Way It Is (1970), él se afilió al clasicismo puro y duro en momentos de retorcimientos sonoros, cuando no excentricidades varias.

Oídos en el momento, aquellos discos estaban fuera de lugar, pero el tiempo, que aúna modos y trayectorias, los iguala, los reverdece de forma más que consecuente y atractiva, les hace justicia. Y si ello no vale, qué caray, aquí está la voz de Elvis, por lo general, en todos y cada uno de aquellos discos, tanto directos como de estudio, en todo su esplendor, aquella voz que trascendió, como la de Sinatra, tiempos y generaciones. Salvando las distancias, aquí ocurre lo mismo con Miguel Ríos: ¡ay!, cuánto despropósito en los ochenta y noventa, por no ser exigente con lo que le componían, aunque se tratase de truños firmados por Brian Ferry, pero en ellos estaba su voz, su voz clara y contundente, rica en matices y sonoridades, la mejor que nunca ha parido el rock en España. Y basta.

Así que, para no abrumar, un pestañeo a aquellos discos del último Elvis, o sea, ejercicio de reescucha borgiano, o ejercicio alimenticio de la repesca, como defendía el escritor argentino, que, a poco que se haya disfrutado con el astro, complace y masajea los sentidos. Como preámbulo de aquellos denostados setenta, una de las cumbres elvisianas: From Elvis To Memphis (1969), el LP editado al año siguiente de aquel bombástico retorno en directo con Elvis Comeback Special 68. Con ir directamente,  como sabrosísimo e inigualable aperitivo, a In The Gettho y Suspicious Minds, ya es más que suficiente para quedar fulminado; que, por cierto, fue lo que ocurrió mayoritariamente en aquel momento en las audiencias de medio mundo ante tamañas joyas.

Ya cruzado el umbral de los 70, un LP extraño, That’s The Way It Is con títulos en directo y sobre todo en estudio, obra maquinada por el productor Felton Jarvis, que se llevó a Elvis a Nashville y allí, junto a un notable combo local —The Nashville Cats— y la importación de la afamada sección de vientos de Alabama —Muscle Shoals— pergeñó un disco tomado por el country, el rock, el gospel, el soul, el baladismo, el charol dramático del italianismo de San Remo (Io che non vivo senza te, de Pino Donaggio, y en España mayormente popularizado por Tony Dallara como Yo que no vivo sin ti), y hasta una dulce como epopéyica versión de Bridge Over Troubled Water (catorce millones de escuchas tiene en Spotify). Curioso pero fantástico complemente del documental de igual título, exhibido al mismo tiempo en cines, recogiendo escenas de la gira veraniega de 1970.

Algo habitual en él y en la RCA: exprimir fondos de armario para sacar nuevos discos. De aquellas sesiones de Nashville saldrían un año más tarde, en 1971, Elvis Country y Love Letters From Elvis, regidos, obviamente, por los mismos parámetros sonoros de aquel inicial That’s The Way It Is. Tratándose de ‘discos de retazos’, obviamente había material endeble, aunque el segundo de la serie, el mentado Elvis Country, casi superaba a su padre putativo o matriz, y no tenías injertos en directo, aunque sí otros curiosos, nunca repetidos en disco alguno de la historia, como fraseos diversos de la pieza tradicional I Was Born Ten Thousand Years Ago al final de cada canción.

El álbum está considerado como el mejor del Elvis de los setenta (quizá) y hasta incluso uno de la triada o cuarteto mayor de su carrera (exagerado). Y, ojo, aunque se buscó un concepto general del country como eje del disco, para lo cual Elvis volvió a Nashville a grabar dos piezas nuevas para el LP, hay sonoras escapadas a otros géneros como el rocanrol puro Whole Lotta Shakin’ Goin’ On, de Jerry Lee Lewis, o la insólita ‘rocanrolización’ a lo Lewis de la oscura pieza de country I Washed My Hands In Muddy Water, escrita en los sesenta por Cowboy Joe Babcok , el blues (Faded Love) o a llorosas baladas góspel (Funny How Time Slips Away y otras tantas más), configurando finalmente un disco en absoluto country, como sugiere su título y la misma foto en portada de Elvis con dos años de edad.

Al lado de esta trilogía, otra brillante: la cocinada en los mismísimos estudios Stax, de donde salieron grandes perlas del soul. Teniendo aquellos estudios míticos casi al lado de casa, ¿cómo es que a Elvis nunca se le ocurrió meterse en ellos? Apretaba la necesidad —problemas renales, colon y vejiga, amén de tratamiento con cortisona y metadona—, por lo que los médicos le recomendaron que no se moviera de la ciudad para tenerlo más cerca del hospital. De las nutridas sesiones en los famosos Stax salieron tres álbumes: Raised On Rock (1973), Good Times (1973) y Promise Land (1975)

Una solvente y vivaz trilogía con destellos reseñables: Raised On Rock, de ritmo exultante para recordar su primera juventud ante la radio criándose en el rocanrol, Girl Of Mine y Help Me, a trote vaquero; Spanish Eyes, ya machacada en las listas cinco años antes por Engelbert Humperdinck, pero había que lucir potencia vocal; Promise Land, de Chuck Berry, y, claro, todas y cada una de las baladas, su devoción o especialidad en los últimos años. Curiosamente en ninguno de estos discos, pese a estar grabados en una de la grandes cunas del soul, Elvis atacó este género, decantándose por el rocanrol, el country, el funk y, sobre todo, por las baladas.

Y, por los mismos problema de salud y recomendaciones médicas, amén de la presión de RCA, hambrienta de nuevas grabaciones, otra doble sesión que no le obligaba a salir de Memphis; es más, ni de su propia casa, toda vez que una de las habitaciones más suntuosas de Graceland, la Jungle Room, la convirtió Elvis en estudio de grabación y allí, junto a su productor de cabecera, el citado Fenton Jarvis, grabó un lote de canciones de las que salieron sus dos y últimos discos de estudio: From Elvis Presley Boulevard, Memphis, Tennesee (1976) y Moody Blue (1977). El primero, lleno de baladas rotundas, con Hurt a la cabeza, y el segundo hecho con remiendos, aprovechando seis piezas de la Jungle Room a las que se añadieron cuatro en directo para poder completar el disco, entre ellas, una solvente versión en vivo del dificilísimo Unchained Melody (con casi 30 millones de escuchas en Spotify). Una despedida dignísima, pese a su estado de salud y a su estampa de degradación física.

En medio de aquel tropel de grabaciones habían quedado varias sin hilazón alguna con largas sesiones como las anteriores, unas veces acudiendo —por tercera vez en su carrera— al género que le lanzó a la música, el góspel, con el espeluznantemente sentido y bello He Touched Me (1972); otras, aunque frustradamente, al folk, caso de Elvis Now (1972), con insólitas versiones de Hey Jude (por fin, se rindió en estudio a The Beatles) o The First Time Ever I Saw Your Face, de Roberta Flack; otras, una vez más, a la Navidad (Elvis Sings The Wonderful World Of Christmas / 1971); otras, a los retazos de épocas diversas (Let’s Be Friends / 1972); otras, improvisadamente, de paso, como fue Today (1975), grabado en tres días en los estudios RCA de Los Angeles, aprovechando el viaje para recoger un Grammy por su versión en directo de How Great Thou Art, que daba título a su segundo álbum gospeliano, publicado en 1967… Y, cómo no, álbumes en directo de todo tipo y a tutiplén, con el fastuoso Aloha From Hawaii a la cabeza.

Una producción, en fin, desbordante de un artista enfermo pero estajanovista en la que hay de todo, pero no argumentos para demoler inmisericordemente al último Elvis; sí, gordo y deteriorado, pero con la voz en estudio a pleno pulmón, brillantísima en no pocos momentos (oígase Hurt, de su última sesión en estudio). Tomen nota sus detractores y que este dios pagano acompañe a los peregrinos a Graceland con estas últimas canciones de su vida. Y si fuera posible, aunque sea un milagro, como servidor escalando el Everest, a esta generación reguetonera.

Puedes seguir todas las entradas de este blog pulsando este enlace  

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión