Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

LOS PEORES

‘Biopics’, pulgar abajo (Toma 2)

The Doors, Queen, Elton John, Tina Turner, Los Beatles… han saltado a la gran pantalla, con sus biografías musicales y vitales, pero a distancia —a veces, hiriente— de sus verdaderas personalidades físicas y artísticas

The Doors, el 'biopic' más polémico de la historia
The Doors, el 'biopic' más polémico de la historia
Cartel promocional

Como anuncié, segunda toma sobre los numerosos biopics entregados por el cine. Empiezo con aquellos en los que me aburrí o directamente mandé a la papelera. O sea, pulgar abajo. En la siguiente y última lo levantaremos. Recuerdo que hace años empecé a ver The Doors (1991) y no pude acabarla. Preparando este texto, lo he intentado de nuevo, y peor. Ver la excesiva impostura de Val Kilmer caracterizado de Jim Morrison, filosofando en un colocón permanente, y lo que faltaba, imitando al mismo Morrison cantando, me puso de los nervios. Se lució Oliver Stone con esta borrachera de imágenes, abrumadora y tediosa, exagerando y desfigurando al Rey Lagarto al máximo, y más aún, colocando el sonido de The Doors casi como música ambiental y no como centro de la película. Los mismos Doors sobrevivientes en 1991 echaron pestes de ella, especialmente Ray Manzarek: “Oliver Stone ha asesinado a Jim Morrison”. No extraña que sea el ‘biopic’ más polémico de la historia.

Lo mismo me ocurrió más recientemente con la multipremiada Bohemian Rhapsody (2018) sobre Queen, grupo que, dicho sea de paso, no es santo de mi devoción, pero encima con el protagonista, Rami Malek, doblando tan forzadamente a Mercury —sacando grotescamente dientes y bigote— que me sonó tan artificiosa y aburrida que apagué. En ese hilo de incredulidad, por la caracterización y por el doblaje al español que le endilgaron, estaba Get On Up (2014), la historia de James Brown, al que, menos mal que le respetaron su música propia. Algo que ocurría prácticamente de la misma forma en What’s Love Got To Do With It  (1993), basada en la misma autobiografía de Tina Turner. Conmovía el maltrato machista y despreciativo al que la sometió su marido Ike Turner (lo más logrado cinematográficamente), pero el film se escurría entre los dedos al enfrentarse a su dobladora física, Angela Basset: Tina era voz leonina, cuerpo y piernas, las piernas más icónicas del rock; Basset, sin embargo, se quedaba a media rodilla.

En Rocketman (2019), cualquier parecido con la realidad biológica y musical de Elon John era pura coincidencia. Hería la caracterización del personaje, pero más aún que no se oyera ni una sola frase musical original del propio artista. Aun así, y pese a momentos de excesos visuales muy de corte ‘kenrusselliano’ y de gazapos biográficos, aguanté hasta el final este relato contado desde una sesión de psicoterapia colectiva por el malísimo suplantador, uff. Al terminar tuve que acudir a mi discoteca y a uno de mis álbumes favoritos del británico, a aquel superlativo Madman Across The Water, de 1971, con aquella joya dentro titulada Levon, para aliviar, limpiar y centrar el oído.

Insisto en el gran problema de la mayoría de biopics sobre figuras muy conocidas: su falta de credibilidad. Figuras tan cercanas a través de las portadas de discos, los documentales y los clips, que resulta difícil darles pábulo, amén de la incidencia morbosa y permanente en las drogadicciones. Si, además, también suplantan la música original o la raspan por completo, por cuestiones de derechos, como ocurrió con Stoned (2005), la biografía del colgadísimo Brian Jones, en la que no sonaba ni una sola canción de los Rolling, habiendo sido él el artífice de la formación del grupo y buena parte de su potente imagen, pues la cosa pasa de castaño oscuro, cabrea.

Algo parecido ocurrió con Backbeat (1994), película sobre los primeros Beatles en los antros de Hamburgo. Enfrentarse a unos Fab Four postizos, por muy jovencitos que fuesen, producía algo de urticaria, aunque al menos la música se salvaba porque obviamente el cuarteto aún no tenía canciones propias y lo que sonaba eran los muchos rocanroles americanos que el conjunto se marcaba en aquellos decadentes puticlubs alemanes. Algo, por cierto, que ya se había hecho previamente, y con peor fortuna aún, en The Birth Of The Beatles  (1979), película solo pasada por televisión.

Aunque muy bien tratado por la crítica, Nico, 1988 (2017), con la actriz danesa Trine Dyrholm cantando y actuando, perdió puntos de atracción al centrarse exclusivamente en el último año de vida de la gran musa de Warhol y de su famosa Factory neoyorkina. Momentos turbulentos y doliente, duros de seguir, con una Nico colgada de la droga hasta las trancas y llevando a cabo su conflictiva, por no decir penosa, última gira, que enseguida hacía añorar aquella belleza rubia alemana y las exquisitas tres piezas que cantó en el grandioso álbum de debut de la Velvet Underground. Bien es cierto que resultó ser una excelente excepción que escapaba a las normas y convencionalismos del ‘biopic’ clásico, quizá por haberse facturado en Italia y Bélgica. Hollywood no la hubiera admitido nunca. A mí me costó asumir tanto dolor y tristeza, máxime, aunque lo hacía  mínimamente, si asomaba el espejo del pasado. Y más todavía me costó aquella rareza sobre Bob Dylan, I’m Not There (2007), que pergeñó Todd Haynes con Cate Blanchett mutada en el bardo de Minesotta. ¡Qué tostón y qué duro de digerir tan extravagante guiso!

Claro que, para drama y apología de la droga y el suicidio, Sid & Nancy (1986), dirigido por Alex Cox. Buen papel actoral pero, sorprendentemente, no sonaba ni una sola canción de los Sex Pistols y ni tan siquiera del mismo Sid Vicious. ¡Ah, los derechos de autor y la pobreza de algunas de las productoras que se embarcan en proyectos como este!

Y para finalizar esta segunda entrega: Elvis, que fue la mecha que encendió este largo serial. Y dos miniseries televisivas de dos capítulos, que luego pasaron al cine en formato de películas larguísimas. En 1979, un joven Kurt Russell, se metió en el traje ‘presliano’ con Elvis, y en 2005, lo hizo Jonathan Rhys Meyers en The Early Years. De verdad, cuesta reconocer en ellos la imagen, la cara, el físico del Rey, y más todavía su voz, como dije en la primera toma, inimitable para doblarla. Son esos ejemplos claros que echan para atrás a la hora de afrontar seriamente los ‘biopics’, aunque para una sesión de sobremesa, con siestecita incluida… Pero no, no es eso. En la próxima y última toma, subiré el pulgar ante los ‘biopics’ que a mi juicio se salvan de la quema, que hay unos cuantos, y algunos con nota bien alta. Sus señorías dirán. 

Puedes seguir todas las entradas de este blog pulsando este enlace. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión