Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

A propósito de la muerte del inventor del casete

El holandés Lou Ottens provocó una revolución extrema en el consumo doméstico de música con la invención del diminuto y ligero formato del reproductor de cinta magnetofónica, especialmente cuando este dio paso al walkman.

Maqueta de artistas aragoneses, medio por excelencia para llevar su música a la radio.
Maqueta de artistas aragoneses, medio por excelencia para llevar su música a la radio.
Matías Uribe

Menudo paso tecnológico de gigante: llegó el casete. Hasta entonces había que arreglarse con las cintas de bobinas y sus costosos aparatos de reproducción, los llamados magnetófonos. Costosos… e incómodos, con el lío que era pasar la cinta por los cabezales y sujetarlas bien en las bobinas transportadoras. Bien es verdad que existían otros más económicos, domésticos y más manejables, por ejemplo, el Geloso, italiano, popular en los sesenta en España. ¡Qué adelanto! Personalmente disfruté mucho con uno de estos aparatos, que todavía guardo, en los inicios de juventud, allá por los finales de aquellos años sesenta.

Geloso, el magnetofón económico de los años sesenta.
Geloso, el magnetofón económico de los años sesenta.
Matías Uribe

Había que grabar al vuelo, sin jack de conexión, por micro directamente, de la radio o de un tocadiscos en caso de que se dispusiera de él, o si no, acudir a la casa de algún amigo con posibles, para cazar canciones, sinfonías o lo que se pudiera pescar de sus altavoces, como fue mi caso. Innecesario comentar la birria de sonido que repetía después el Geloso, amén de voces y ruidos de la calle o de los vecinos de la casa, pero valía mucho aquella conserva enlatada de música: ¡ya no había que esperar a que una canción determinada sonara en la radio o ir a echar una moneda de un duro en las inolvidables sinfonolas de bares y billares! Un invento muy útil y extendido en media Europa, según contaban los vendedores para endosarte el aparatito. Curiosamente entre amigos llegó a establecerse una competición hoy marciana: había quien fardaba de tener 25, 50, 100… horas grabadas. Estábamos, claro, en el paleolítico tecnológico en comparación con lo que vino después.

En el tránsito de los sesenta a los setenta llegó la noticia a España de un nuevo chisme que reproducía cintas sin necesidad de ‘bobinarlas’, metidas en una cajita que únicamente había que insertar en el correspondiente compartimento del reproductor. No se podía creer. ¿Cómo sería posible semejante artefacto! Un invento quimérico, obra de algún loco y de las ganas de soltar noticias sorprendentes en los medios. Tuvieron que pasar unos cuantos años de los setenta, sin embargo, para descubrir que no era así, que el susodicho invento era una realidad palpable, insólita: allí estaba aquella pastilla delgada del tamaño aproximado de un paquete de tabaco. ¡Qué prodigio! ¡Qué genio el tipo que lo inventó! Una revolución tecnológica en toda regla.

Todo esto viene a cuento porque el pasado jueves, día 11 de marzo, se dio a conocer el fallecimiento de su inventor: el holandés Lou Ottens, que murió a los 94 años. Con un equipo de jóvenes ingenieros y el apoyo de Philips consiguió su propósito de acabar con los bobinados manuales y sobre todo con los grandes armatostes de reproducción de la cinta de tres cuartos y con la idea de que la pastilla cupiera en el bolsillo de su chaqueta. Casi nada. Empezó a hacer cábalas a finales de los 50 y en 1964 dio a conocer el genial invento, aunque hasta que este no llegó a Estados Unidos, en 1969, no tuvo tan apenas repercusión mundial, entrando ya en los domicilios. Obviamente a precios exagerados y como si aterrizara en casa un platillo volante. Luego, como todo lo tecnológico, se hizo accesible, o como diría algún indocumentado, se “democratizó”.

Cuántas alegrías y cuánto contribuyó a la difusión de la música aquel invento, sobre todo cuando, en los ochenta, la Sony lo transformó en portátil, dando lugar al nacimiento del walkman. No se me olvida la descripción que me hizo del aparato uno de los propietarios de Heraldo, Antonio de Yarza, tras un viaje a Japón. “¡La gente lo lleva hasta en la moto!”, exclamaba entusiasmado con el invento, que no tardó en llegar a España. Una segunda casa para las cintas de casete. Y, sí, una verdadera revolución porque el invento dio mucho juego: grabaciones caseras, ediciones de discos en formato casete, cómodos intercambios de cintas entre amigos, instauración en los coches, objeto cotizado en mercadillos y gasolineras… y las maquetas; ¡oh!, las maquetas, artilugios para que los músicos hicieran llegar a radios, periodistas, tiendas, amigos, familiares… sus canciones sin tener que invertir mucho dinero en estudios y enlatado.

Un walkman de los años 80.
Un walkman de los años 80.
Archivo Matías Uribe

Personalmente, previo al walkman, me hice una gran colección de casetes con los discos que me dejaban Cachi o un buen amigo melómano como Daniel, tío por cierto de Bunbury, al que encaminó musicalmente a través de las casetes. Compré la primera ‘platina’, como se denominaba entonces, en Londres, en el glorioso año del punk, en 1977: una Grunding, y cuánto sufrí en la aduana de Barcelona para pasarla. Luego fui sustituyéndola por otras de mayor calidad a medida que era necesario e iban llegando a España. Toda una aventura analógica para dar cabida lo más potablemente posible, no a los dichosos ‘cachitos de hierro y cromo’, sino a LP’s completos. Memorable disfrute.

Lo que no me agradaban, y jamás compré una, eran las ediciones oficiales de los discos en formato casete. ¡Uy, si se salía la cinta! Trescientas o cuatrocientas pesetas tiradas a la basura si aquello no tenía enmienda, o el rollo de tener que andar rebobinando o adelantando (las famosas teclas de rewind o fast forward) para encontrar una canción determinada (menudo papel, por cierto, hicieron los bolígrafos Bic en la pelea con los casetes, cuando las cintas se atrancaban o se salían de los cabezales). Aparte de la reducción gráfica de las grandes portadas de los elepés y de la calidad del sonido, nada comparable con la del vinilo.

Todo esto se arregló cuando llegó el CD y se generalizó, allá por el primer lustro de los noventa, arrinconando a las cintas. Empezaba otra nueva y asombrosa etapa tecnológica. Adiós a los casetes —aunque recientemente han resucitado como mero ejercicio de nostalgia— y adiós a los sustos y disgustos que generaba la reproducción: atascos, malditas salidas de los carriles de reproducción, siseos, taras de sonido... Lo que no obvia para despedir con pena y reconocimiento a este genio holandés que acaba de irse. ¡Qué maravilla inventó y qué vuelta le dio al consumo doméstico de música!

Seguramente tú tendrás que contar muchas peripecias con aquel invento.

La aragonesa Isabel Marco, guitarrista de Insolenzia, publicó su primer álbum en casete en 2018.

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