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Alberto Zapater: "Miralbueno es mi nueva Ejea"

Volvió a casa en 2016 desde Rusia, en medio de una situación complicada en el club de su vida. Le dio igual jugar en Segunda, lejos de la élite, no solo en lo deportivo, sino también en lo económico y lo mediático.

Alberto Zapater cocina un plato de verduras.
Alberto Zapater cocina un plato de pasta con verduras.
José Miguel Marco

Alberto Zapater Arjol es el mascarón de proa del Real Zaragoza contemporáneo. Su capitán. El emblema de la tierra. El ADN aragonés en un fútbol cada vez más desnaturalizado. Volvió a casa en 2016 desde Rusia, en medio de una situación complicada en el club de su vida. Le dio igual jugar en Segunda, lejos de la élite, no solo en lo deportivo, sino también en lo económico y lo mediático, después de años de brillo como zaragocista en Primera División y de haber salido -contra su voluntad- para vivir experiencias europeas en Italia (en el Genoa), Portugal (Sporting de Lisboa) y en tierras rusas (Lokomotiv de Moscú).

"Para mí, el Real Zaragoza está por encima de todo. Me dolió mucho irme en 2009, lloré porque mi cabeza no lo concebía después de toda mi vida en el club. Ayudar ahora, en estos años duros, es algo muy importante para mí", recuerda entrelazando su primera época -en la que ganó la Supercopa de España contra el Valencia con solo 18 años en un equipo de estrellas y fue mundialista internacional español sub-21- con esta que está aún vigente, ya con 36 primaveras cumplidas.

"Siempre digo que soy de Ejea de los Caballeros, me siento ejeano porque allí crecí y viví la mayor parte de mi infancia. Es mi pueblo, mi orgullo. Pero, como tantos otros chicos de pueblo en Aragón, yo nací en Zaragoza. Fue el 13 de junio de 1985, en la Clínica Ruiseñores. Y Zaragoza es la otra mitad de mi vida, tanto en aquella feliz infancia como, después, en la juventud y en la madurez que ya estoy pisando", subraya Alberto en su inevitable dualidad de orígenes, sentir que comparte con miles y miles de aragoneses con radicación en las zonas rurales que, como un imán inevitable, acaban siendo atraídos por Zaragoza hacia sí desde la primera cuna, la del hospital materno.

"De niño viajaba con mis padres a pasar las tardes de fiesta en la ciudad que era la de mis sueños "

"De niño, tengo muy presentes, con muchos detalles imborrables, aquellos viajes desde Ejea a Zaragoza con mis padres, a comprar a los grandes comercios, a pasar tardes de fiesta. En mi mente de pocos años, recuerdo una ciudad grande donde las casas eran rascacielos. El centro de Zaragoza era un mundo increíble para mí, impactante, con el gentío en las calles, el tráfico imparable de coches y autobuses. Era la ciudad de mis sueños", rememora con inevitable emoción, con el recuerdo permanente de Pablo, su padre, que se fue demasiado pronto por esas malditas enfermedades que truncan la vida de tanta gente a destiempo.

Alberto Zapater es un zaragozano militante, un enamorado de lo suyo. "En Ejea está la casa de mis padres. Y allí voy e iré siempre. Pero la mía está en Zaragoza, porque así lo decidí con mi mujer, María, antes de casarnos. Ella nació en Madrid, pero tiene familia en Uncastillo y también en Zaragoza. No se quiere ir de aquí jamás, aunque al principio barajamos la opción de asentarnos en Madrid. Nuestra ciudad es muy cómoda, agradable para el día a día, lo tiene todo y está perfectamente ubicada en el mapa para moverte hacia otros lugares, para escaparte en poco tiempo a otras ciudades o pueblos de España", valora el ‘21’ zaragocista.

Zapater tiene en su clasificación personal de lugares claves en su vida zaragozana un buen número de señales en el plano de la ciudad. "Mi primer domicilio zaragozano fue la casa de mis tíos, Laura y Luis (ella es la hermana de su madre, Delia), en el Actur, en la calle Flora Tristán. Cuando me fichó el Real Zaragoza con poco más de 10 años, ellos me acogieron como un hijo. Fui un privilegiado", destaca con agradecimiento eterno Alberto.

"Mi colegio zaragozano fue el Sagrado Corazón de Jesús, junto a los Maristas. Allí hice los dos últimos cursos de la ESO y todo el Bachillerato. Añadí a la larga lista de amigos ejeanos, que mantengo intacta, a todos los nuevos compañeros que fui conociendo en Zaragoza. Mi vida de niño se duplicó de repente al venirme a vivir aquí", prosigue su retrospectiva.

El fútbol lo aglutinó casi todo desde muy pronto. Su adolescencia mantuvo un ritmo de vida regular: entrenar, estudiar, jugar los fines de semana, los veranos de ocio y, sobre todo, de cuidarse mucho (como si previese desde muy pronto que él iba a ser uno de los pocos elegidos para tener su sitio en el profesionalismo). Y, en la vida de Alberto, hubo un salto decisivo que pasó por el conocimiento de su pareja, la formación de su familia, el nacimiento de sus hijos Óliver y Alejandra, y el regreso a Zaragoza después de casi siete años de vivir alegrías y penas fuera de las fronteras españolas.

"Mi casa está en Miralbueno y, desde el primer día que entramos a vivir, Miralbueno es mi nueva Ejea en Zaragoza. Vivo tranquilo, a gusto. Es un punto de la ciudad muy agradable", señala Alberto en su listado de preferencias zaragozanas.

E, inevitablemente, surge el vínculo con sus herederos, los cada vez menos pequeños Óliver y Alejandra, que le han hecho descubrir otras zonas referenciales. "El Parque del Agua es el lugar preferido de esparcimiento para ellos, con sus bicicletas, con lo que sea. Nos lo conocemos centímetro a centímetro, por grande que sea", asevera con sonrisa pícara.

Todo esto lo cuenta Zapater con una olla con tornillos espirales de pasta en un fuego y una sartén con verduras en otro. Porque Alberto, además del fútbol y la familia, ha querido mostrar otra de sus -obligadas- dedicaciones diarias: la cocina. "No he sido un ‘cocinitas’ nunca. En Ejea, en casa, mi madre me lo dio siempre todo hecho. Cuando vine a Zaragoza, mi tía hizo lo mismo. Así que no pisé la cocina hasta que no me casé... y poco", aclara de entrada, carcajada incluida.

"Cocino solo para mí... de momento. Me manejo bien con la pasta, los revueltos, las ensaladas y la plancha", dice Zapater en los fogones del Vive! Escuela de Salud

Pero algo ha cambiado en la última década. "Cocino solo para mí... de momento. El desayuno y la comida la hacemos todo el equipo en la Ciudad Deportiva, bajo la supervisión del nutricionista Raúl Luzón. Así que para casa solo queda la cena, salvo los días de descanso. Me manejo bien con la pasta, los revueltos, las ensaladas y la plancha, todo básico, pero importante para un deportista", cuenta.

"Me preparo unos buenos batidos de proteínas, con las pautas de Luzón. De ahí no paso"

"También me preparo unos buenos batidos de proteínas, con las pautas de Luzón. Y aseguro que, de ahí, no paso. No habré hecho más de cuatro o cinco huevos fritos en mi vida. Y una paella, nunca. Mi teoría es que todo lo que sabe rico al paladar, o es muy caro o engorda. Quienes me conocen dicen siempre que soy un obseso de la comida sana. Mi madre se enfada: cuando era crío no probaba lo verde, lo odiaba, y ahora no salgo de ese repertorio", dice Zapater mientras junta en un bol la pasta cocida al dente con el brócoli, el pimiento verde, el amarillo y el rojo, la cebolla y un poco de tomate pochados con aceite de oliva extra. Una de sus ‘especialidades’.

"Soy feliz con un arroz cocido con aceite. Mis amigos me dicen que es un problema quedar a comer conmigo. No sigo su ritmo nunca. Es la clave para estar siempre en forma física", presume el cocinero -de nuevo cuño- Zapater.

Su rincón favorito de la ciudad: Estadio de La Romareda

"Nuestro estadio es algo que va unido a mi vida desde el primer partido que vi", dice Zapater.
La entrada al estadio de La Romareda.
Guillermo Mestre
"Nuestro estadio es algo que va unido a mi vida desde el primer partido que vi"

Alberto Zapater está imbuido por la magia del estadio de La Romareda desde que tenía 7 años. El vetusto coliseo zaragocista es, inevitablemente para él, su lugar mágico, su ara permanente. "Sé que, el día que se haga el campo nuevo, no sabré vivir sin mi Romareda. El fútbol es único ahí dentro. Suena de manera particular. Nuestro estadio es algo que va unido a mi vida desde la primera vez que me trajo mi padre a ver un partido del Real Zaragoza, en 1992", dice con rotundidad el capitán blanquillo, marcado a fuego por ese lugar.

"Cada viaje de Ejea a Zaragoza, cuando se jugaba casi siempre los domingos a las 5 de la tarde, era el momento más grande que esperaba con ansia cada 15 días. Entrar por la carretera de Logroño, por El Portazgo y las Torres de San Lamberto, escuchando sobre las tres y media el Carrusel Deportivo en la radio del coche para saber qué alineación sacaba el Real Zaragoza es un recuerdo imborrable", cita con precisión de GPS.

"Veníamos mi padre (Pablo), mi hermano Rubén y yo; y nos juntábamos con mi tío Luis. Éramos socios los cuatro. Entrar al campo, oler la hierba, el calentamiento... ya era una ceremonia para mí. Nunca dejé de ir a todos los partidos hasta que empecé a jugar yo", presume con orgullo.

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