Colaborar tiene premio

La Colaboradora, recientemente galardonada con el premio Eurocities, ha reunido en tres años a cientos de empresas que dan parte de su tiempo a otras para crecer juntas.

El 'desayuno con diamantes' de los jueves es una reunión libre sin orden del día.
Colaborar tiene premio
Julián Fallas

"Uno para todos y todos para uno". "Juntos podemos hacer cosas grandes". "Todo lo sabemos entre todos". Estas tres frases fueron pronunciadas, respectivamente, por D’Artagnan, la Madre Teresa de Calcuta y por un humilde campesino que se dirigió a Francisco Giner de los Ríos, creador de la Institución Libre de Enseñanza. También son las frases que presiden el espacio principal de La Colaboradora, y que resumen el espíritu de este lugar que ha colonizado buena parte del edificio de la Azucarera del Arrabal.


Con pocos medios, pero con mucho ingenio y energía, por este proyecto han pasado ya varios cientos de emprendedores y pequeñas empresas, y han logrado que se ayuden y consigan un grado de supervivencia de en torno al 65%. Tres años después de lanzarse, el programa acaba de recibir un premio internacional, el Eurocities de cooperación.


La Colaboradora viene a ser una gran red de empresas, actualmente alrededor de 200, con perfiles de lo más variado que ponen sus conocimientos y servicios a disposición del resto. Parte de estos emprendedores, unos 40, tienen su sede física allí, a cambio de 20 euros al mes. No se trata de despachos cerrados, sino de espacios abiertos con mesas en el que todo se ve y casi todo se oye.


Los miembros de La Colaboradora, tanto los que tienen allí su espacio de trabajo como los que lo tienen fuera, tienen que cumplir con un requisito fundamental: dedicar el 5% de su tiempo a la comunidad. De este banco del tiempo surgen entrevistas donde uno asesora a otro, reuniones entre varios para darle ‘un empujón’ a uno de ellos, charlas formativas sobre temas que pueden interesar a varias personas… Los jueves organizan el llamado ‘desayuno con diamantes’, al que acude quien quiere y, sin orden del día, cuentan proyectos o, simplemente, lo que cada uno quiera. "Permite conocerse a la gente, hacer socios, clientes… De estas reuniones han salido proyectos conjuntos", cuenta Javier Fernández, coordinador de La Colaboradora.


Las ayudas en un principio son puramente colaborativas, y pueden ir desde traducir una carta de un idioma hasta diseñar un logotipo o una página web. Si estos trabajos se prolongan en el tiempo y dan buenos resultados, llega un momento en el que un miembro de la comunidad acaba siendo cliente de otro. O incluso, juntos, afrontan juntos un reto empresarial diferente.


Primero fue La Harinera (2010) y más tarde, en 2013, surgió La Colaboradora. Raúl Oliván, director de Zaragoza Activa, recuerda que al abrir el primer espacio vieron "que faltaba algo". Comenzaron a ver qué se hacía en otras partes del mundo. Sin apenas recursos, no miraron precisamente a Silicon Valley, sino a lugares como Grecia o Argentina, que atravesaban crisis comparables a la que estaba sufriendo España. "Teníamos mucha gente muy formada y sin trabajo, era una bolsa ingente de talento con la que trabajar. Y teníamos espacio para ellos", recuerda.


Pilar Balet es miembro de La Colaboradora desde el principio. Es consultora de comunicación especializada en el ámbito social, y apunta una de las claves: "Aquí no se mira el currículum, sino qué puede aportar cada uno". "Es importante que cada persona enriquezca a la comunidad, que la fortalezca con su presencia", añade.

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