La vida antes del embalse de Mequinenza

Un investigador de Caspe ha recopilado testimonios de más de cuarenta personas que vivieron en el barrio de Cabo de Vaca (Cauvaca), que quedó anegado por el pantano.

José Bielsa regresó al terreno donde estaba su antigua torre.
José Bielsa regresó al terreno donde estaba su antigua torre.
Mari Carmen Ribó

Quienes vivieron su infancia en Cauvaca recuerdan aquella época como el paraíso. Era la inmediata postguerra, pero la disciplina allí era más laxa, había mucha libertad. Y, además, la tierra era muy fértil". Del barrio rural de Cabo de Vaca (o Cauvaca), en Caspe, anegado casi en su totalidad hace más de 50 años por las aguas del embalse de Mequinenza, solo queda hoy el testimonio de sus habitantes, que tuvieron que abandonar precipitadamente sus tierras y sus casas. El investigador aragonés Alfredo Grañena (Caspe, 1979) ha recopilado los recuerdos de más de 40 personas, que resultaron afectadas por esta obra hidráulica y se vieron obligadas a empezar una nueva vida.


El libro ‘Cauvaca. El paraíso perdido’ es el quinto número de la colección Tedero, que edita la asociación de Amigos del Castillo del Compromiso, e incluye 210 fotografías del día a día de sus habitantes y de la ermita románica que existió allí, y en cuyo interior se ubicó también la escuela.


Grañena ha dedicado tres años a indagar en esta historia del Bajo Aragón zaragozano: "Muchas de las viviendas que quedaron inundadas estaban ocupadas por los vecinos en régimen de arrendamiento. No recibieron ningún tipo de compensación económica y, de la noche a la mañana, se vieron desprovistos de su modo de vida y tuvieron que partir de cero".


Es el caso de José Bielsa, que residía en el Ramblar, partida lindante a Cauvaca. A sus 70 años, recuerda con todo detalle cuando, siendo niño, "vino el ingeniero y le dijo a mi padre: “Mañana a las 8.00 despeja la torre que la vamos a volar”". "Lo pasamos muy mal –relata–. Son cosas muy duras para un crío de 8 o 9 años, que se te quedan grabadas dentro y no se me han olvidado".


Carmen Sanz pasó su infancia y su juventud en aquel barrio. Tiene 82 años y una memoria privilegiada. Estuvo en Cauvaca hasta el último momento. Ahora vive con su marido Joaquín, también afectado por el embalse, en Zaragoza. "Fui muy feliz, como todos los vecinos de allí. Era la mejor huerta que había en todo el pueblo, y cuando lo cogió el agua lloré mucho. Mi esposo vivía en el Fondón y yo, en el centro de Cauvaca, cerca de San Bartolomé, en una torre que compró mi padre". A pesar del tiempo transcurrido, "me acuerdo muchísimo de entonces", y sigue conservando fotografías junto a un grupo de familiares y amigas, que inmortalizan su vida antes del embalse.


Las obras de la presa de Mequinenza, por concesión a la empresa Enher, comenzaron "en torno a 1957 o 1958". Muchos colonos siguieron viviendo hasta que el agua inundó las parcelas. "Hoy, si bajase el nivel del pantano, no se verían restos, porque eran construcciones muy básicas, y la ermita desapareció por completo", explica el investigador, autor del libro.

La idea de escribir este relato coral surgió tras una conversación con Pilar Ráfales, hija y nieta de cauvaqueros, que le sugirió hacer algo similar a lo que había escrito Josefina Rufau sobre la Herradura, otra gran partida prácticamente anegada por el embalse. "Decidí sumarme a este proyecto y hablar con vecinos que tuvieron que dejarlo todo". La primera persona a la que entrevistó fue Palmira Verdiel. "En la charla salieron otros nombres, así que fuimos tirando del hilo".


La publicación recoge también el testimonio de José García, que estuvo en Cauvaca hasta los 9 años: "Vivíamos en una torre nuestra y, además, teníamos tierra arrendada y cuidábamos animales. En aquellos tiempos, en los que no había una peseta, era el paraíso. Mi padre era agricultor y no hubiera vendido aquello por nada del mundo".

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