Tras la tempestad, se van las vallas

Gran Vía fue señalada desde el principio como la 'zona cero' de los trabajos del tranvía. En menos de un año ha visto cómo se descubría el Huerva, se volvía a cubrir y se instalaban los raíles y las calzadas.

Para alivio y descanso de vecinos y comerciantes, las vallas se alejan poco a poco de la 'primera línea' de los edificios de Gran Vía. Antes de comenzar las obras, este paseo se postulaba como el gran damnificado de los trabajos de instalación de la línea 1 del tranvía, que unirá en unos meses esta zona con Valdespartera. Los que han convivido con el día a día de las obras confirman que los temores eran reales. El volumen de obra civil ha sido tremendo, con una renovación total de las entrañas de Gran Vía, un cambio del cubrimiento del río y la instalación de nuevas calzadas y carriles para el nuevo medio de transporte.

Mari Carmen Riquelme es vecina "de toda la vida", como ella dice. Cuenta que estos meses han sido "horribles", con "máquinas trabajando sin parar, mucho ruido y mucho polvo". Vive en un segundo piso, por lo que, explica, "oyes las obras todo el santo día". Solo agradece que "cuando ha llegado el calor y hay que abrir las ventanas, se han alejado un poco". Y es que las obras han dado un respiro a los vecinos de Gran Vía. Las vallas se han distanciado y han fijado su línea de separación en el bulevar. Salvo en puntos muy concretos, las aceras están terminadas, con el hormigón gris oscuro dominando en el piso, y el granito -de un gris más claro- haciendo de bordillo de separación.

Sangría en los negocios

El paseo ha agradecido estos progresos. Va ganando vida. Desde el pasado 21 de julio vuelven a pasar los coches y los autobuses recorren de nuevo la calzada. Eso supone que hay más gente que pasea por Gran Vía y más potenciales clientes de los negocios. Aunque de momento no se note demasiado. "No sé si es porque hay más gente que este año se ha ido de vacaciones en julio o por qué, pero estas semanas las ventas han sido flojas", señala Alfredo del Río, dueño del estanco en el cruce con la calle de Doctor Cerrada. "Al principio no pensaba que las obras iban a afectarnos tanto -señala-, pero han sido ocho meses muy, muy, muy duros".

Del Río cifra su bajada de ingresos "en un 50%". Lleva tres años con el estanco abierto, por lo que estas obras le han afectado de lleno en su intento por comenzar a rentabilizar la inversión inicial. El futuro es inevitable verlo con tendencia a la mejoría: "Hay que aguantar unos meses, pensaba salir adelante antes, pero me va a costar un poco más". Sus esperanzas, además de en el tranvía, están en la estación de Cercanías de Goya, que tiene una amplia zona de comercio que puede ser un polo de atracción.

Cada vez menos obra

La incidencia de las obras en el día a día de Gran Vía cada vez va a ser menor. En las aceras solo resta dar los últimos remates a algunas esquinas y pasos de cebra, que tienen un ladrillo diferente al resto, de color rojizo. En el bulevar, ya están listas las baldosas de hormigón que se van a instalar, en unos movilientos menos ruidosos y menos molestos que los que ha habido hasta ahora.

Además, faltarán por poner las catenarias y todo el mobiliario urbano, trabajos que tampoco tendrán demasiada incidencia en la vida de vecinos, comerciantes y viandantes. No hay una fecha concretar para el final de las obras, y tanto el Ayuntamiento como la sociedad Los Tranvías de Zaragoza, encargada de la obra, fijan el final de las obras en el amplio margen "del primer semestre del año que viene".

Atrás quedarán casi dos años de trabajos que habrán dado la vuelta a una de las zonas con más solera de Zaragoza. "Esperemos que todo haya sido para bien, porque si encima esto no funciona...", desea Pedro Moncada, trabajador en una oficina de Gran Vía. "Será cuestión de tiempo", sentencia.