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Raychel Carrión: “No hay que estar en un sufrimiento perpetuo, juguemos un rato”

Disidente cubano (La Habana, 1978), ha encontrado un hogar en Albarracín, donde expone su obra pictórica, una crítica a los regímenes totalitarios.

Ray Alicia, pintor afincado en Albarracin_2. Foto Antonio Garcia Bykofoto 15 09 23[[[FOTOGRAFOS]]]
Raychel Carrión, en Albarracín, donde expone sus dibujos a lápiz.
Antonio García/Bykofoto

¿Qué hace un artista cubano de primera línea viviendo en Albarracín, con solo mil vecinos?

Conocí a la que hoy es mi esposa, también artista, en un curso de intercambio en la Universidad de las Artes en La Habana. Aquí vinimos y aquí me quedé.

¿No echa en falta el calor del Caribe?

Nooo, yo siempre digo que esta es mi venganza contra el Caribe. Sufría mucho por el sol. Me interesa el invierno muchísimo.

¿Tampoco el dinamismo que brindan ciudades populosas, como La Habana?

No, las ciudades grandes distraen mucho y en Albarracín he encontrado una paz maravillosa en medio de las montañas. Además, siempre me ha gustado más el río que el mar. Es genial encontrarme de pronto en un pueblo del siglo noveno. Sus madrugadas y tardes son fantásticas para trabajar.

Expone en La Torre Blanca de Albarracín sus dibujos a lápiz: personas con gesto de dolor, alusiones a la mitología clásica...

Son una crítica al horror del totalitarismo. Acudo a la mitología porque es universal y así pueden llegar a todo el mundo. Aún hay quien mantiene un discurso edulcorado sobre la revolución cubana, cuando la realidad es otra. Cuba tiene la dictadura más larga de la historia occidental, vamos para 65 años de absoluto terror. Hay torturas, vejaciones, enfermedades en las cárceles. Es la violación sistemática de los derechos humanos. Hay un régimen militar elitista. Viven como capitalistas y no ponen recursos para la salud. El éxodo es doloroso. En 2022 salieron 300.000 cubanos. Es un país desangrado y quiero reflejarlo.

¿Su obra parte de su propia experiencia?

He estado en calabozos por ser negro. Muchos no lo creen, pero hay un racismo de base institucional. Pero el asunto no es tanto eso, me veo como persona más allá de cualquier construcción, porque al final todos están bajo la misma opresión. Estudio la idea de la empatía por lo humano por encima de lo ideológico. Critico la militancia política; deshumaniza.

¿Querría volver allí a pesar de todo?

Ahora no, porque ya uno empieza a vaciarse por la ignominia y la tristeza, aunque sí me gustaría en algún momento volver a caminar por aquellas calles. No soy como algunos disidentes cerrados que dicen no vuelvo nunca más.

Sus obras están en museos e instituciones culturales desde América a Europa. Ahora, ¿logra vivir de su trabajo artístico en una localidad tan pequeña?

Bueno, he hecho algún retrato y exposiciones de paisajes de aquí y me ha ido bien. Me compran y encargan obras. Pero vivir como tal es muy difícil, también por el camino que he tomado con mi obra. Llevo 12 años en Albarracín y durante tres trabajé en hostelería. Lo intento con una solvencia mínima.

¿Le han dicho que sus dibujos recuerdan a la serie ‘Los desastres de la guerra’ de Goya?

Sí, algún que otro amigo me lo ha dicho. No soy un utópico, sé por dónde van los tiros, es importante hablar del dolor humano en todas las acepciones.

Son obras de gran formato, alguna de más de cuatro metros de largo por uno y medio de alto. Un trabajo ingente que le habrá llevado tiempo.

Es muy laborioso, pero soy prolífico. A pesar de tener dos niños y una familia aquí con los que me gusta estar por amor, cuando me pongo a producir voy rápido. El último dibujo, el que da nombre a la exposición, ‘El jardín y las delicias’, me llevó cinco meses, se me hizo muy largo.

¿También le inspira el paisaje de Albarracín?

Claro, hice una serie titulada ‘Albarracín fantástico’. Fue un trabajo más lúdico, pero no por ello menos serio. También utilicé vino aragonés como pigmento para pintar personajes tradicionales de aquí, como los ‘mayos’. Lo pasé muy bien, que también de eso se trata. Tampoco hay que estar en un sufrimiento perpetuo, hay que jugar un rato.

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