Heraldo domingo

Judith Prat: "Mi infancia fue feliz, ruidosa y caótica"

Fotógrafa documental. Nació en Altorricón (Huesca). Ha trabajado en África, América Latina y Oriente Medio. Sus imágenes, que buscan interpelar al espectador, han sido premiadas en todo el mundo y expuestas en salas y centros de referencia como el Museo Nacional Reina Sofía.

Judith Prat, con 5 años.
Judith Prat, con 5 años.
H. A.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?

Feliz, ruidosa y caótica. Éramos cinco hermanos y vivíamos en un pueblo, la diversión estaba garantizada.

¿Qué le hizo reír por primera vez?

Los motes que nos poníamos con mis hermanos. Era un juego cariñoso entre nosotros, tenía más que ver con la creatividad de buscar o inventar nombres que nos definieran que con la burla. Mi madre nos dejaba hacerlo porque un pediatra le dijo que así se afianzaba la personalidad.

¿Qué le hizo llorar?

La muerte de mi hermano Juan, ya en la adolescencia. Es la primera vez que recuerdo haber llorado sintiendo un dolor profundo.

¿Qué era en el patio del colegio?

Era una niña muy sociable, me gustaba estar con todo el mundo, no solo con mi grupo más cercano.

¿Se sentía rara, especial?

No, siempre he tenido mucha capacidad de adaptación y de sentirme cómoda en entornos muy diferentes. Tenía y tengo la sensación de ser muy normal y de encajar en cualquier sitio, algo que resulta muy útil.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?

Cualquier cosa menos jugar con muñecas, siempre las detesté.

¿Tenía algún complejo que le amargara?

No, el consejo del pediatra debió de funcionar. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

¿Cuál fue la calle de su infancia?

La calle de San Juan en Altorricón. En realidad, era un camino sin asfaltar y muy transitado. En verano, en la puerta de casa, junto al jardín, había siempre un montón de sillas y todo el que pasaba se quedaba un ratito a charlar.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?

Me hubiera gustado empezar a viajar siendo niña, cuando ya soñaba con otros mundos, otros lugares y otras gentes.

¿Tenía mucha conciencia política?

Tuve conciencia social muy pronto. Me revelaba constantemente contra las injusticias y siempre he sentido empatía con el que sufre.

¿Qué imagen tenía de Felipe González?

Tengo recuerdos conscientes a partir de su última época en la que estaba envuelto en escándalos políticos de todo tipo, así que no muy buena.

¿Era religiosa?

No. Mis padres intentaron llevarme a la iglesia algunas veces, pero desde pequeña me resultaba imposible aguantar una misa, así que dejaron de hacerlo. En aquel momento era una actitud espontánea e inconsciente y después nunca he sido capaz de tener la fe que las religiones exigen. La religión no forma parte de mi vida.

¿Vivió algún episodio que retrate el clima moral de la época?

Recuerdo el miedo de mis amigos gais y lesbianas a contarlo o cómo todo lo que hacíamos las chicas se juzgaba desde una óptica mucho más inquisitorial.

¿Hasta qué punto influía en su conducta el peso del ‘qué dirán’?

Mucho, los pueblos son entornos muy reducidos en los que todo el mundo te conoce y sabe de ti. A menudo pensaba que cualquier cosa que hiciera podía estar al día siguiente en boca de todos. Vivir fuera, viajar y la madurez me han dado otra perspectiva. Ahora me importa bastante poco el ‘qué dirán’ y es un alivio no gustar a algunas personas.

¿Cómo ganó su primer dinero?

Cogiendo fruta en Altorricón durante los veranos.

¿Hizo alguna locura o disparate que le guste recordar?

Conducir mucho antes de tener edad legal para hacerlo.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?

Soy poco mitómana, en general. Me gusta el cine y admiro el trabajo de muchos actores, actrices o directoras, pero nunca he sentido fascinación por ninguno de ellos.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?

La primera que memoricé en inglés y que traduje para poder entenderla: ‘Jockerman’, de Bob Dylan.

¿Qué libros o películas le deslumbraron?

Todavía conservo mis primeras colecciones de cuentos, como los ‘miniclásicos’. También me gustaban mucho las aventuras de ‘Los Cinco’. Pero el primer libro que me impresionó fue ‘Crónica de una muerte anunciada’. Alguno de mis hermanos mayores lo había comprado y yo lo leí con 9 o 10 años.

¿Había alguna persona que conociera a la que admirara de un modo especial?

Tenía un tío lejano misionero que vivía en Honduras. Para mí eso era muy exótico. No lo conocía, pero empecé a escribirle porque me fascinaban las historias que mi madre me contaba de él. Años después, pudimos conocernos.

¿Quiénes fueron sus mejores amistades? ¿Cuál es el recuerdo más poderoso que le ha quedado de ellas?

Tengo pocos pero grandes amigos y amigas. Algunos, desde la infancia y adolescencia y otros han ido llegando a mi vida. De todos ellos, lo que más recuerdo y más sigo valorando es que siempre han sabido ser sinceros sin dañarme.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué es lo que caló en usted con más fuerza?

El esfuerzo y el trabajo.

¿En qué momento pensó a qué dedicar su vida?

Tenía una colección de cuentos que contaban la historia de niños de otros países y culturas, el antiguo Egipto, el Perú de los incas…, en aquella época quería ser arqueóloga. Pero ya con 10 años decía que quería estudiar Derecho para sacar a todo el mundo de la cárcel. Así que estudié Derecho y trabajé en diferentes ámbitos, pero pronto empecé a viajar con organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos y eso tiene mucho que ver con esa conciencia social que siempre tuve.

Después, mi vida dio un pequeño giro y decidí estudiar y dedicarme profesionalmente a la fotografía documental, pero los temas que documento siempre tienen mucho que ver con los derechos humanos.

¿Hay algún defecto o debilidad que detectara en su infancia y que aún no ha logrado superar?

Cuando algo me indigna, tengo incontinencia verbal.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?

A un día con tormenta de verano en Altorricón.

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