Los detalles de la felicidad

Miguel Gay
Miguel Gay

Desgasto unos minutos de media mañana disfrutando de un sol que se asoma perezoso, legañoso, por entre las arterias del corazón de mi Zaragoza. Capeo el tiempo previo a una reunión preparada, ya trillada, que repaso de forma somera, con reflexiones entrecruzadas que fabrican nuevos pensamientos. De variopinto calado.

El paso de los años, el despegue –sin desapego– de mis criaturas y el sentido común de mi compañía –unidos, seguramente, a la marcha al Cielo de mi padre– me han ayudado a relativizar los eventos. Y los encuentros (salvo el fútbol, naturalmente).

Me sacó de mi cavilación el murmullo creciente de un colegio al que me empujaba mi deambular. Y aún sin prisas, me entretuve a contemplar aquella algarabía de gritos, carreras, saltos y patadas al balón, actividad que considero que envuelve de virtudes el desahogo matutino de los escolares.

Me atisbé por entre aquellos pequeños, envueltos en la magia de la felicidad, con los pesares también relativos, correspondientes a la edad, e hinchados de la alegría del asueto del intermedio académico. Me descubrí décadas atrás, sudando, con mi polo de cuello de cisne, el pantalón de pana con rodilleras y destrozando los mocasines mientras pateaba ese balón deshinchado en busca de la ilusión, del regocijo inmenso de la celebración de un gol.

Hasta que aquella felicidad en la que me sumergía se tornó drama: la bola había sobrepasado la valla del colegio y dormía inmóvil junto a un trabajador ocupado en perfilar los límites de una zanja callejera. El duelo se apoderó del rostro de los pequeños, incapaces de llamar la atención del único rescatador. En esa pelota se acomodaba una muy buena parte de su ventura y el paso de los minutos suponía la derrota de las más grandes emociones.

Hasta que, sin razón aparente, el hombre giró la cabeza y se percató de la situación. El vuelo de regreso del balón encendió las sonrisas en la antesala de ese envite de recreativa trascendencia monumental…

Devuelto el orden, seguí andando en busca de la cita, sonriendo en mi interior, consciente de los detalles que perfilan la felicidad; y refrendado también en los argumentos que sostienen mis valores.