Hermosa sumisión

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Hermosa sumisión
HERALDO

Para quien sabe solazarse en ello, uno de los encantos de los espectáculos con animales consiste en que a estos no se los somete para obtener fuerza de trabajo, sino por puro entretenimiento. 

Comparada con la ramplonería utilitaria de la yunta de bueyes que ara la tierra, qué sublime y estético, por ejemplo, el esfuerzo del pura sangre en la carrera, exigido a fustazos hasta el límite de sus capacidades.

Por otra parte, también hay espíritus particularmente sofisticados que, en la sumisión del tigre que atraviesa el aro de fuego, en el baile de la cobra al son de la flauta y, en general, en la docilidad de cualquier bestia, aprecian con gozo esa dignidad y esa posibilidad de rebelión tan sumamente escasas en la humana ‘servidumbre voluntaria’ que analizó Étienne de La Boétie. Al fin y al cabo, todo sometimiento animal tiene algo de artificioso y provisional. Incluso en el chucho que se ovilla en la alfombra se vislumbra al lobo.

Desde luego, tenida por artística y habiendo contado hasta hace pocos días con el reconocimiento de un premio nacional, la tauromaquia es el cénit de caracteres como los anteriores, a los que se añade el dominio sobre un coloso ancestral, al que un ser humano, arriesgando ostentosamente su vida, hiere y mata.

Que el mencionado premio haya sido abolido por un gobierno que considera que el espectáculo en el que dos personas se destrozan mutuamente en una jaula es "una especialidad deportiva", informa de un cambio de gustos. Se diría que estuviéramos iniciando una regresión a la antigua exhibición ritual del combate a muerte en el anfiteatro, al duelo al amanecer y a las no tan lejanas ejecuciones públicas. Y es que, donde esté la belleza de someter con violencia al prójimo, que se quiten los sucedáneos.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Javier Usoz en HERALDO)

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