LETRAS UNIVERSALES. OCIO Y CULTURA

Adiós a Alice Munro, la Nobel canadiense que fue comparada con Antón Chéjov

Esencialmente cuentista, recibió el máximo galardón en 2013 y recogió sus espléndidos cuentos de amor y de la condición humana en 'Todo queda en casa'

Alice Munro, aunque escribió novela, dominaba a la perfección la densidad y la intensidad de los cuentos.
Alice Munro, aunque escribió novela, dominaba a la perfección la concisión, la atmósfera y la intensidad de los cuentos.
Reg Innell / Zuma Press / Contac

Alice Munro (1931-2024), una mujer delicada y deliciosa, una de esas escritoras que posee el don de la atmósfera y de los secretos de familia, acaba de morir. Ya llevaba algún tiempo más bien fuera del mundo, en una residencia, víctima de la desmemoria. Cuando recibió el Nobel, en 2013, ya estaba muy tocada y anunció que la escritura para ella ya se había acabado. Con todo, en España, gracias a Lumen, donde ha publicado sus libros, hemos ido citándonos con su mundo de granjas, villorrios y de marismas, de paradojas y confidencias, de una violencia soterrada, si se quiere, muy alejada de la de su admirado William Faulkner.

Se casó dos veces: primero en 1951; luego fundó una librería y pasó por crisis literarias, y más tarde, en 1976 encontró al hombre de su vida y su propia voz: nítida, transparente pero también enigmática, de una sutileza especial, única, y a la vez vinculada a la de escritores como Antón Chéjov, su maestro sin duda, pero también de Katharine Mansfield. Algunos ya la habían leído, y sabían que su escritura era refinada, oblicua y perturbadora, que indagaba en los secretos del corazón y en los pasadizos del silencio. Le interesaba todo: el pasado, las cosas inadvertidas, la existencia sigilosa de las mujeres, el amor y el desamor, la maternidad y sus abismos, el arte como elemento transformador. Y de vez en cuando, miraba hacia su familia y la retrataba, a la vez que realizaba observaciones y apuntes sobre sí misma como hacía en ‘La vista desde Castle Rock’.

A a veces sus ficciones contienen una furia, un puñal, una densidad o sencillamente una revelación que alumbra la vida y que deja un reguero de lágrimas, de estupor, de las contradicciones indomables de los sentimientos y las emociones

Ha sido elogiada por autores tan distintos como Javier Marías, que le regaló epítetos como “extraordinaria y admirable”, Joyce Carol Oates, Julian Barnes o Jhumpa Lahiri, entre muchos otros. En España, autoras de relatos como Sara Mesa o Elvira Lindo no le han escatimado elogios, y como muchos otros se han preguntado: “¿Como lo hará Alice Munro?”. Lo hacía a su modo y como quien no quiere la cosa apuntaba su flecha de lucidez e inteligencia hacia las acuosidades de la condición humana.

Quizá por afinidad, esta maestra del relato podría estar cerca de autoras como Flannery O’Connor, Shirley Jackson, Katherine Anne Porter o Eudora Welty, entre otras. Otros libros suyos importantes son ‘Mi vida querida’, ‘Escapada’, ‘Demasiada felicidad’, ‘Algo que quería contarte’ (cuyo título ya anuncia sus intenciones: parece hablarnos al oído, como si fuera un susurro de lluvia en un día tranquilo) y esa antología totalizadora, de más de 1.000 páginas, ‘Todo queda en casa’, que publicaba recientemente Lumen.

Es el libro de los cuentos de una gran escritora, más cuentista que novelista y memorialista, una mujer que indaga y enciende hogares y hogueras, como sin querer, y que parece tener una alianza con el azar: a veces sus ficciones contienen una furia, un puñal, una densidad o sencillamente una revelación que alumbra la vida y que deja un reguero de lágrimas, de estupor, de las contradicciones indomables de los sentimientos y las emociones.

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