periodismo. suplemento 1000

El placer de leer. Aventura de domingo hacia la isla de la calma del mejor periodismo

Un semanal es una propuesta de reflexión, de lentitud, de poso, otro modo de consumir noticias desde la sorpresa, el rigor y el deslumbramiento

Cualquier día es bueno para leer los periódicos pero algunos los domingos los disfrutan más.
Cualquier día es bueno para leer los periódicos pero algunos los domingos los disfrutan más.
Arcghivo Heraldo.

Luis Buñuel, ese hombre que pensaba que un día sin risa es un día perdido, desliza en sus memorias, ‘Mi último suspiro’, un deseo: le gustaría resucitar cada diez años y leer los periódicos para saber qué sucede en el mundo. Leer un periódico es una aventura, una sed y una ansiedad, una rutina y, cada vez más, un hecho más insólito. Durante muchos años el periódico era el espejo de la sociedad, la caracola de resonancia del mundo. Dentro, como en las habitaciones de una casa, estaban el torbellino de la realidad, de los sueños, de la belleza y de la reflexión. Las curiosidades, los sótanos, las falsas, hasta las puertas condenadas que llevaban a quién sabe a dónde.

El periódico de los domingos era y es, especialmente, una cita con el lector tranquilo. Había y hay muchas personas que mantienen el ritual de leer los periódicos el fin de semana. El sábado y el domingo. Ese tiempo muerto, de calma chicha, donde hay un poco de tiempo para madurar y macerar la semana: qué ha sucedido, los picos de interés, la polémico, lo inmediato que también es irreductible o indomable. Y el fin de semana, casi más el domingo que el sábado, el lector se enfrenta a un montón de cosas: parece que los minutos e incluso las horas se ofrecen para paladear el análisis, la interpretación, esas historias reportajes o hilvanados con datos y opiniones y voces como si fueran auténticos cuentos.

El domingo, sobre todo por la mañana, durante muchos años, y especialmente en la Transición, ha sido uno de los paraísos o reductos de la prensa. Cuánto hemos leído, cuánto hemos querido saber, qué modo de viajar con la imaginación, con la prosa, con la fotografía o con la infografía. La historia de la Transición no se entendería sin las grandes apuestas del periodismo sólido y audaz: España ha sido un hervidero tan intenso de circunstancias, de vaivenes, de crímenes, de atropellas y de posibilidades gozosas que el periodismo –y los demás medios– ha tenido la oportunidad de hacer su agosto. De contar y cantar, de explorar y de ahondar, de usar la mejor prosa, límpida, matizada, más artística, exuberante de matices, de paradojas, surrealismo y desmesura.

Para mí un día sin periódicos (en papel, sobre todo) es un día de naufragio. Incompleto. Y un día sin leer entrevistas de fondo, reportajes iluminadores, informes minuciosos y ávidos de claridad, perfiles atinados o complejos, un día sin prensa es un día insuficiente, huérfano, falto de aire, de libertad y de perspectivas.

Antes de entrar en HERALDO ya seguía este suplemento. Con sus nombres que son casi leyenda: la constancia de Miguel Ángel Yusta, el viaje al Aragón fantástico de Alberto Serrano, los artículos sobre la modernidad y la ciencia de Agustín Sánchez Vidas, aquella columna, ‘Las naturales’, donde Félix Romeo era absolutamente feliz, incluso cuando se le escapaba la melancolía. Ya recortaba muchas páginas y abría carpetas a sus monográficos: se me vienen a la cabeza dos fabulosos, el de Santiago Ramón y Cajal y el de María Moliner, con mucha información novedosa y un acercamiento inédito a su familia. El de Albert Einstein, el de los alemanes de Zaragoza. Y tantos más.

Si Buñuel hubiese anticipado el destino del papel, quizá hubiera dicho también: «Un domingo sin periódico, sin artículos de fondo ni reportajes ni historias con corazón, es un domingo perdido».

Recuerdo aquí aquellos viajes alrededor de Aragón de José Luis Cano e Ismael Grasa, las páginas de Marta Garú, antes de convertirse en la reina del crimen. Y sin afán de hacer acopio ni olvidar a nadie he disfrutado con pasión las entrevistas de Picos Laguna, que pasó de hacer reportajes sobre los tumultos del mundo, a abordar la riqueza de la condición humana en personales diálogos. En sus dobles páginas, con espacio por delante, firmó piezas destinadas a un libro. Luis Alegre se ha entregado a la memoria de las mujeres en piezas que explican que la infancia es la puerta liminar de todas las llamas.

Este suplemento ha querido observar una máximo: el periódico de tener estrategias de seducción. Y eso se consigue no solo con la búsqueda generosa, con la buena praxis, con el deseo de contar con la precisión y la pasión de Scherezade, sino con la capacidad de sorpresa. Sea o no primicia, el periodismo también tiene un cometido: el deslumbramiento. En estas páginas, lo hay a menudo. Reportajes con calado, historias insospechadas, investigaciones de las que apenas sabíamos nada, figuras insólitas, arquitecturas, el fulgor de lo inesperado: todo ello constituye el arsenal de tesoros y pequeños asuntos que podemos leer aquí a diario. En las aperturas, en los artículos de actualidad, en las columnas de opinión, en esas narraciones de domingo que ofrecen, palabra a palabra, las costuras caprichosas de la vida.

Por la coordinación han pasado grandes profesionales (Luis García Bandrés, Genoveva Crespo, Carmen Puyó, Santiago Paniagua, Picos Laguna, ahora María Pilar Perla, esa mujer impresionante y modesta: la ciencia y la poesía en la redacción). Y todos, con su estilo, con su implicación, con su visión, con su decantación, saben que un suplemento así va dirigido a otra forma de leer. E incluso, por su audacia y por su puesta en página, está destinado a ser guardado, coleccionado y ser releído. Si Buñuel hubiese anticipado el destino del papel, quizá hubiera dicho también: «Un domingo sin periódico, sin artículos de fondo ni reportajes ni historias con corazón, es un domingo perdido».

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