Por
  • Omar Fonollosa

Las necesidades

Las necesidades
Las necesidades
Pixabay

En un mundo con relojes acelerados se dificulta la inteligente labor de localizar la serenidad. Cada quien tiene sus propias necesidades, alejadas de las que patrocinan las redes, las modas y el ritmo de un tiempo con los frenos cortados. 

Neruda escribió: "Perdonadme, señores, / que interrumpa este cuento que les estoy contando / y me vaya a vivir / para siempre / con la gente sencilla". Y es que esa gente que nombraba Neruda no es otra que aquella que sabe cuáles son sus necesidades básicas para alcanzar la virtud de la ausencia de truenos y fuertes marejadas.

Las mías caben en esta columna: sentarme en el escritorio cada mañana y dejarme piel, húmeros y bazo en colocar las palabras en el mejor orden posible –para mí y mis poemas, una buena jornada de trabajo consiste en hallar a las dos de la tarde el lugar adecuado para el adjetivo que me importunaba desde las ocho de la mañana–; el gorgoteo de un guiso calentándose en la olla; un buen libro, con su humilde tarea de brújula, de mapa; el silencio, con su suave blancura de nieve intacta; la sombra de un cerezo en primavera; pasear de su brazo por la avenida; saber que nadie hiere ni la epidermis de quienes amo; la extraña comunión del público –como un lienzo en blanco que impaciente espera el color– en un teatro minutos antes de que empiece la función; tomar un helado al atardecer en la ciudad; el jazz de Ella Fitzgerald mientras preparo la cena; las películas de Woody Allen con su roja lente de cálido abrazo; notar cómo el sueño inunda, a media noche, la mente primero, el cuerpo después; y viajar de vez en cuando a alguna ciudad de Italia.

Omar Fonollosa es poeta

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