aragón es extraordinario

Una tierra para quererla bastante más, como hacen los ‘foranos’

La serie ‘Aragón es Extraordinario’ de HERALDO concluye hoy tras casi dos años de trayecto incesante por las tres provincias

Lo que empieza suele terminar, incluido el movimiento perpetuo, que teóricamente no concluiría jamás después del impulso inicial. Sin embargo, su existencia violaría la primera ley de la termodinámica, así que no hay debate científico, y quede ahora la fe a un lado: todo se acaba en este mundo. La serie ‘Aragón es Extraordinario’ comenzó antes de la pandemia y se va hoy, cuando resulta difícil sacar ese ectoplasma tan palmario de todas las conversaciones.

HERALDO ha querido responder con este recorrido a dos inquietudes; para empezar, no venía mal poner peso dentro de sus contenidos diarios en el lado de la balanza no ocupado por problemas, tensiones o, simplemente, cuestiones de actualidad. Para seguir, siempre es buen momento conocer a fondo rincones de Aragón que, populares o no, merecen estar bajo el foco. Todo con caras y nombres, a medio camino entre la pedagogía, el relato y la mera satisfacción de la curiosidad.

Con Laura Uranga siempre ojo avizor y las carreteras aragonesas de todos los pelajes como irregulares sinapsis neuronales, recorrer Aragón buscando cosas, gentes y situaciones fantásticas ha sido ídem: fantástico. Casi de cuento, incluyendo los sinsabores, que haberlos ‘húbolos’ y son inherentes a cualquier cuento que persiga la aprobación tácita de monsieur Emile Zola. Pero vaya, esos detalles amargos lucen ahora como briznas de hierba quemada en una pradera verdaderamente verde (ya perdonarán ustedes la cascada de metáforas, y los pareados traviesos de muchos titulares; ayer, sin ir más lejos, con el calzado de Brea que tanto se desea) y el regusto no puede ser mejor. Un placer extra: el apoyo certero de compañeros como Noeli, Ángel, Laura, José Luis, Jesús, Jorge y Patricia en sus respectivos dominios, sin olvidar a oteadoras profesionales ajenas a la casa como Alba y Mamen en Sobrarbe, o Esther en la Ribera Baja, desinteresadas y solícitas, entre muchos otros.

Érase una vez

El cuento, porque no hay fábula sin moraleja y la moraleja no es imprescindible, comenzó en Bolea, botepronto ganador si fuese un lance tenístico. La Colegiata habló bajito, como hacen los sabios que no se consideran importantes, y el discurso caló. Más arriba y a la derecha apareció Josefina Loste; llegó a opacar a Hillary Clinton en un congreso internacional de Turismo, es pionera de los alojamientos rurales en España y defensora del folclor en su valle de Chistau. “Todo lo he hecho –dijo durante la visita– con cariño, dando más importancia a las historias y las personas que a los objetos. Hay que aprender a vivir. Si tienes suficiente, ¿para qué más? Aquí hay oportunidades para ganarse la vida”.

Alberto Toro está en Pitarque, a una vera de la Silent Route que enloquece a los motoristas de aceleración lenta entre el Maestrazgo y Andorra; Alberto nació casi medio siglo después de Josefina, pero le ha dado tiempo a aprender las lecciones más valiosas de la vida, que transmite a sus alumnos en una escuela que tiene algo de milagro. “Llevo aquí 13 años, y aquí querría seguir hasta que se acabe esto; el riesgo existe, y me temo que no queda mucho para la fecha crítica, porque faltarán los niños; ojalá se estire un poco la aventura”, decía el pasado verano.

Gema Fondevila es guía turística en Hecho. Persona de pocas alharacas, amable y solícita en las explicaciones; búsquenla cuando suban por esa zona tan hermosa, y la visita valdrá más la pena. Muy cerquita, aunque reparte sus horas entre Zaragoza y el pueblo donde nació, la galerista Antonia Puyó no cree necesario ocultar la emoción que siente por cada piedra de la hermosa villa de Ansó.

Un poco más abajo, y siempre a la carrera, Presen Puyal y su hija Lorena Plano corren que se las pelan por los montes de Lobera de Onsella, en la maravillosa Bal D’Onsella que también holla Armando Soria, el alcalde más inquieto de Aragón, enamorado perdido de Urriés. Sus amigas Presen y Lorena no dejan de ganar carreras, pero saben pararse a oler las rosas del vergel en el que moran tras cada entrenamiento.

¿Más paradas? El museo al aire libre de Torrellas; José Antonio susurrando a los caballos en Sesué; la barra del Nievesol en Formigal con los cócteles de Miguel Brota; la casa ‘bio’ de Marta y Xavi y los caballos de Rachel en Arens de Lledó; Enrique, Casa Pasé y el cariño guía de Roser en Sopeira; Matías, Diego, Jorge y José Luis metiendo triples en Cuarte; Enrique, su presa y sus pasarelas en Almonacid de la Cuba; Manuel ‘el de la Cruz Roja’ en Ejea; el cura Cabrero en Alquézar;Herminia y Paula con Casa Lafarga en Angüés; la panda de la petanca en Gea; Alfred, el taekwondoka ‘verde’ en Oncins; Luke, bardo neobilbilitano, y Andrei, el ruso de Torrijo; Antonio Jiménez dando vida a las piedras en Albarracín; la increíble Yolanda Magallón en Santa Cruz de Moncayo; Los Ases del Jiloca en Luco; Pablo y Piluka (y la peque Ada) en Sabayés; Belén en ‘su’ Museo Diocesano jaqués; el padre Hernando, de Colombia a Lécera

Aún hay más. Alberto Serrano, el caspolino que lo escudriña todo; Víctor y sus judías blancas en Muniesa; Aurencio, que se construyó una basílica y una plaza de toros a escala en Villafranca de Ebro; Pedro, el todoterreno de Colungo...la lista es interminable, y la garantía de olvidar a gente maravillosa, absoluta, y Aragón es extraordinario porque muchos de sus moradores lo son. Así de sencillo. Ojalá que esta realidad sea interminable, como soñó Michael Ende, y el motor para alejar a la Nada de Fantasía sea precisamente el valor de la imaginación frente al eterno intento de la realidad por matar las ilusiones de los humanos.

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