aragón es extraordinario

Alberto Serrano Dolader, caspolino de pro a más no poder

El periodista, literato e historiador es un enamorado de su localidad natal, que conoce a fondo en el espacio y el tiempo

Alberto Serrano Dolader, en su mesa favorita del bar Polo de Caspe
Alberto Serrano Dolader, en su mesa favorita del bar Polo de Caspe
Laura Uranga

La figura del caspolino Alberto Serrano Dolader sí responde tranquilamente al calificativo de todólogo. Periodista ante todo, es también historiador y literato; la profundidad de sus reflexiones también desmiente el asunto aquél de abarcar mucho y apretar poco. El Mar de Aragón, emblema de su localidad natal y causa del aterrizaje de miles de trabajadores en la zona (no se quedaron muchos, como él mismo recuerda), le apasiona tanto como el nido de vivencias que encierra la judería de la villa o la historia, fundamental para Aragón, del Compromiso de Caspe. El abordaje a sus y campos de experticio se hace tan inacabable en el recuento como ameno al asomarse por cualquiera de sus ventanas de conocimiento, al azar; Alberto vale para un roto, un descosido, un remiendo o lo que se tercie.

“La gente –afirma desde una mesa del Bar Polo, su atalaya personal frente al ayuntamiento de Caspe– viene en masa a esos 550 kilómetros de costa que tiene el Mar de Aragón, pero la mayoría no llega hasta esta plaza de España, no le dan vidilla. Y hay mucho que ver aquí”. Alberto acumula honores académicos y profesionales, pero le gusta empezar por el primer título de todos: ser de Caspe. “Nací aquí de pequeñín, en el 58 –bromea– y antes de los 20 años ya me fui a vivir fuera, pero no dejaba de venir casi todos los fines de semana; nunca me he desarraigado, siempre he mantenido casa… tengo una ciudad, Caspe, y un barrio, el de la Magdalena de Zaragoza. Soy feliz en ambos sitios”.

Alberto califica su infancia de feliz. “De pequeño les hacía programas de radio a mis hermanos; no había tradición familiar en el gremio, vengo de padre y abuelo pasteleros. En Caspe había emisora, funcionaba muy bien en el contexto de la época y pude empezar a jugar a la radio muy pronto, en 1974. El barniz universitario me aportó las herramientas necesarias para pulir la técnica de la profesión; creo que fui el primer licenciado en Ciencias de la Información de todo el Bajo Aragón. Gané unas oposiciones en Radio Televisión Española y ahí llevo desde entonces, aunque mi jubilación llega ya”.

Este periodista no entiende el oficio sin su carga de disfrute. “Había y hay un amplio abanico de cosas para abordar; por suerte, he podido profundizar en cada uno esos intereses en el momento en que me apasionaron”.

Alberto, en el barrio caspolino de La Muela
Alberto, en el barrio caspolino de La Muela
Laura Uranga

Alberto fue jefe de informativos en Radio Nacional de España en Zaragoza, pero enseguida cambió de plano. “No quería ir a Madrid, aunque surgió la oportunidad; preferí recorrer Aragón, algo que llevo haciendo desde 1983 hasta hoy, y he estado en cientos de pueblos de esta tierra; a veces me gustaba tanto uno tras una visita con la televisión que regresaba a Zaragoza, me despedía de mi compañero cámara y nos metíamos en el coche mi mujer, que nació en Puente de Montañana, mi hijo y yo para volver al pueblo y caminarlo con calma”.

Esa pasión no es solo rural. “También me ha pasado con rincones curiosos de Zaragoza, descubrimientos para mí en el transcurso de mis trabajos. En la provincia, lo mismo; se sabía menos de Zaragoza y Teruel que de Huesca, por eso me centré en preservar la memoria histórica de muchos pueblos en el Moncayo, Daroca, Cinco Villas y el Bajo Aragón, sobre todo, aun disfrutando mucho con la belleza de los pueblos pirenaicos; me emocionaba descubrir lugares con pocas referencias previas, ser quizá el primer alcahuete que pasaba por ahí. Y quería hallar un sentir aragonés común, que los de Sarrión asumiesen como propios los problemas de la gente de Benasque o de Luna, por ejemplo”.

Alberto presume de profundidad en esas expediciones. “Me he preparado cada una a conciencia, con respeto a la gente, sin demasiadas prisas. El periodismo no está únicamente en torno a la espuma de la actualidad; no hay que perder la referencia con el ‘ahora’, con el contexto en el que te mueves, hay que tener siempre la antena puesta, pero entiendo la profesión con un criterio más abierto. Me siento heredero de José Cardús y Alfonso Zapater, y ellos quizá sintieron lo mismo con los reporteros de los años 30 y 40. HERALDO ha sabido dar cancha a periodistas vocacionales”.

En 1968 ya hubo un periódico en Caspe, ‘El Descamisado’. “También hubo semanarios de larga duración, caso del ‘Guadalope’, que nació en la segunda década del siglo XX y duró hasta la Guerra Civil. Y tuvimos la emisora de radio entre 1958 y finales de los 80, clave en Caspe; aquí hacía un comentario en antena a las dos de la tarde y diez minutos después lo sabía todo el mundo; siempre me ha encantado este medio”.

A idas y vueltas con las leyendas más oscuras del Compromiso

Con relación al Compromiso de Caspe, materializado en 1412, hay varias leyendas publicadas por Alberto en HERALDO hace nueve años. “Una habla de que los demonios no podían acercarse a tres leguas de Caspe durante las deliberaciones. También se decía que los brujos de Caspe hacían exorcismos y rituales para adivinar las intenciones de los compromisarios y vender la información a cualquier contendiente; se dice que San Vicente Ferrer tenía visiones celestes paseando por el castillo, o que en los subterráneos que conectaban el castillo con el convento del Compromiso aún había en el siglo XVI manchas de sangre ennegrecidas de crímenes rituales”.

Alberto disfruta recorriendo el céntrico y elevado barrio de La Muela. “Es uno de los más típicos de Caspe; si lo ves en fotografía cenital, sigue el esquema de un poblado en el umbral de la historia, con su calle central y las adyacentes. Es el origen real de Caspe; también del legendario con la presencia de San Indalecio, que recibió a la Virgen con Santiago. Se cree que aquí se fundó un templo protocristiano en el siglo I, aunque no hay pruebas al respecto. La zona merece una excavación arqueológica urgente”

La Muela tiene mucha población de acogida. “Ha revivido en estos últimos años, uno de cada cinco habitantes de la comarca es de origen foráneo. En 1991 ya se daban aquí clases de español para extranjeros. Esta siempre ha sido una tierra de acogida, desde los tiempos de las culturas jasídicas hasta la Edad Media, la llegada del ferrocarril a finales del XIX y nuestros días. Y aquí paraban las mejores compañías de teatro que iban de Barcelona a Madrid en tren”.

Empaparse bien de sabiduría... y archivarla correctamente

Alberto tiene dos máximas. “Siempre he intentado no hablar de aquello que no hubiese investigado o visto al menos. Una columna de ‘Aragón de Leyenda’ en HERALDO puede estar basada en horas de conversaciones. Y no me importa repasarme un año entero de la colección del periódico de un pueblo, si consigo el dato que necesitaba en una historia. Por otro lado, siempre me ha gustado el rigor a la hora de mimar mi archivo personal. Tengo unas mil carpetas en el ordenador con fichas de temas que me interesan; he sido de los fijos en la Hemeroteca Municipal de Zaragoza, eso me ha divertido mucho”. El caspolino ha publicado mucho sobre su comarca, desde la historia de la prensa local hasta volúmenes de historias arcanas, pero también le ha apasionado recoger en libros historias del Moncayo y la comarca de Daroca.

A Alberto le encantan las leyendas y las tradiciones, aunque no desde el punto de vista esotérico. “Creo que el mundo camina por lo que pensamos y creemos de las cosas, no por la cuota de realidad que tenga lo que pensamos. Es lo bonito de las leyendas; aun no siendo verdad que Túbal, hijo de Jafet y nieto de Noé, fundó Caspe tras el diluvio, penetrando por el Pirineo y navegando por el Ebro, la repetición de la leyenda ha influido de algún modo en nosotros, los de aquí. Hay que respetar las creencias, porque nos han perfilado como seres humanos, aunque también es necesario distinguir lo real de lo irreal”.

Alberto abunda en esa reflexión. “El ser humano siempre ha buscado vivir en tranquilidad, proteger del mal a su familia, prevenir sinsabores… todo eso ha disparado nuestra imaginación, haciendo aparecer dragones en China y en Aragón, gigantes en los Andes y La Mancha… estuve este verano en Atapuerca y la guía nos hablaba de las necesidades primigenias de aquellos humanos pretéritos; oyéndola te dabas cuenta de que en el fondo son las mismas que tenemos ahora”.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es Extraordinario'.

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