aragón es extraordinario

Ansó, algo más que un placer culpable para Antonia Puyó

La galerista creció en el Pirineo y lleva marcado a fuego el carácter montañés, aunque su vida se haya desarrollado profesionalmente en Zaragoza

Antonia Puyó, con una obra de Paco Simón al fondo.
Antonia Puyó, con una obra de Paco Simón al fondo.
Laura Uranga

Durante varias semanas del año, Antonia Puyó vive en el barrio Bajo de Ansó, su pueblo natal, pirenaico, recio y empedrado, el del famoso traje y las bordas a pie de carretera con las mejores migas imaginables; uno de los más bonitos de España según el club que los aglutina. Antonia ha dedicado al arte buena parte de su vida profesional; pasó el testigo de sus afanes laborales a la siguiente generación (sus hijos Patricia y José Antonio) sin quitarse del mapa, pero renunciando a dar directrices. Sigue haciendo gala de una vitalidad contagiosa, rasgo de carácter que ralentiza el envejecimiento de los humanos. Si encima son de la montaña, el efecto se multiplica.

"Mi familia paterna –aclara desde su casa, dándole un rato la espalda al monte que admira con deleite cada mañana– es ansotana cien por cien, los Cherón; el apellido de mi madre, Belzuz, se conecta con Hecho. Soy un poco mezcla, aunque siempre he vivido en Ansó, mi abuelo materno era de Ansó y tanto mi abuela como mi madre se establecieron aquí… las raíces son profundas".

Hasta cuarto de bachillerato, Antonia vivió en Ansó. "Había cinco escuelas entonces en el pueblo: una de párvulos, dos intermedias de chicas y dos de chicos. Cuando iba a empezar el bachiller hicieron un colegio menor aquí; teníamos que irnos a examinar a Huesca, pero así pudimos terminar el bachiller elemental en casa. El superior sí lo hice ya en Huesca; cuando lo acabé pensé en hacer Información y Turismo, carrera nueva que empezaba en Zaragoza. Me matriculé, cursé los tres años y pasé la reválida".

El primer trabajo de Antonia en el sector fue en el hotel Collarada de Villanúa. "Tuve la suerte de dirigirlo, de hecho. Luego pasé al hotel Oroel en la avenida de Navarra de Zaragoza; ahí suplí a don Cesáreo Alierta, el antiguo director. Seguí casi hasta su cierre, y en él conocí al que es mi marido, Pepe Rodrigo".

Antonia, en el barrio Bajo de Ansó.
Antonia, en el barrio Bajo de Ansó.
Laura Uranga

La llamada de la jungla

El enamoramiento personal se extendió al artístico. "El hermano de Pepe tenía una ebanistería; trabajaban con Federico Torralba, pionero en las exposiciones en Zaragoza con las galerías Atenas y Kalos; Pepe y su hermano les colgaban las obras. Pepe llegó a ver dibujos de Picasso y Miró en una carpeta que Federico había traído de Italia. Yo no conocía el mundillo, pero me empezó a gustar el ritual de ir a ver exposiciones cada sábado. Él se asoció con Antonio Fortún y Pepe Rebollo en una idea relacionada con las enmarcaciones, Moldurarte, con apoyo de Federico Torralba. En 1975 se disolvió la sociedad y Pepe se quedó el negocio; justo entonces cerraron el hotel Oroel y me ofrecieron ir al Don Yo, pero yo estaba acostumbrada a hoteles más familiares, y Pepe me propuso que fuese a trabajar con él. Popularizó un sistema de enmarcar muy particular, de sillero, clavando los clavos cruzados por debajo; se lo copió todo el mundo, es un modo de no dañar el marco por los laterales".

Antonia comenzó llevando la oficina; el negocio se fue ampliado y en 1990, con la llegada a Zaragoza de la pintora Teresa Peña, la pareja se animó a organizar una exposición. "Desde ahí decidimos seguir con la galería, y hasta hoy. Pepe se llevaba muy bien con los artistas de la época, desde el grupo Forma a los de la Zuda, y yo entendí enseguida que nuestra vida debía seguir por ahí. Fuimos haciendo más exposiciones, empezamos a salir a ferias; contratamos a Maite Azurmendi, que trabajó con Pepe Rebollo, para que coordinara la galería".

Antonia Puyó tuvo presencia en ARCO durante mucho tiempo. "También salimos a Chicago y a Colonia, pero la guerra del golfo hizo que el negocio bajara. Sé que parece una relación causa-efecto extraña, pero fíjate un detalle; estando en ARCO se organizó una gran manifestación contra esa guerra, y allá fuimos todos los de la feria sin pensarlo dos veces. Habíamos vendido piezas que se devolvieron tras la manifestación".

Más difícil todavía

La apuesta por el arte contemporáneo fue una cuestión natural. "Pepe había enmarcado para una empresa de Barcelona que solamente mandaba piezas de Tàpies y Carrá; los artistas catalanes pasaban mucho por el taller. Los comienzos no fueron fáciles, invitamos a algunos artistas a exponer, pero como veníamos del mundo de la enmarcación y éramos nuevos en el patio, hubo quien nos dijo que prefería esperar a ver cómo llevábamos la galería. Luego hubo quien vino a pedir hueco, pero entonces fuimos nosotros los que los dejamos esperando. La vida es riesgo".

Ahora les toca el turno: Patricia y José Antonio, la nueva generación

La galería de Antonia está situada en el número 31 de la calle Madre Sacramento de Zaragoza; ahora la dirige su hija, el Patricia Rodrigo, mano a mano con su hermano e hijo menor de Antonia, José Antonio; llevan Moldurarte y otros empeños, como la creación de stands. Por la galería han pasado grandes figuras, empezando por Eduardo Chillida. "De los aragoneses hay que citar a Paco Simón y todos los del grupo Forma, con su libro ‘El Pollo Urbano’: armábamos unos saraos tremendos. Fuimos trayendo a gente como Carmen Calvo, Sean Scully, Lucio Muñoz… primeros espadas. El gran ‘boom’ del negocio fue en los 80, no llegamos a participar, aunque también hubo mucho despropósito. Creo en otras formas: la obra de arte se mira, se siente algo, lo que sea, y luego se reflexiona sobre ese sentimiento".

Antonia pasó feliz el testigo de la galería a Patricia. "Ella acabó Historia del Arte y luego se metió a estudiar un máster. Las prácticas fueron en el Reina Sofía. Yo estaba un poco cansada de la costumbre de la gente de ir a comprar a Madrid, aunque tuvieran obra única disponible en Zaragoza, como ocurrió con la serie blanca de Lucio Muñoz. El marido de Maite marchaba a Madrid, ella tenía que irse y le dije a Patricia que no podía más, que a ver si se animaba ella. Y se animó; les dijo en el Reina Sofía que regresaba a Zaragoza. Puso el espacio a su gusto, quería arte contemporáneo puro y duro, paredes blancas y suelo de garaje. Tiene conocimientos y una gran visión, se la juega y acierta. En cuanto a José Antonio, es arquitecto y un trabajador nato, intuitivo y brillante, siempre con grandes ideas y las mejores soluciones. Los hermanos se compenetran muy bien".

La abuela Pascuala, musa de Sorolla, y el presente

Antonia, como montañesa de pro, no es muy dada a las alharacas ni a hablar de sus asuntos familiares. Sin embargo, hay una historia que ha trascendido: la de su abuela Pascuala Mendiara, musa del mismísimo Joaquín Sorolla. "Pascuala era la madre de mi padre, y la gente sabe lo de Sorolla, así que os lo cuento, es una historia bonita. Ella fue de las que iban a vender té medicinal a Francia y Suiza. Guardo una bolsita, eran preparados de un médico, Mistrou".

Pascuala conoció a Sorolla y éste le propuso pintarla. "Mi abuela se reconoce perfectamente, su cara era muy ansotana; Zuloaga también la pintó, y algún artista más que trajo el propio Zuloaga al pueblo. No sé si hay un gen bailón ahí, que luego llegó a mí y a mis hijos –ríe– y a otros miembros de la familia, porque Compairé también retrató a mi abuela y mi abuelo de basquiña y calzón, a mi padre y mis tíos de paisano... Pascuala era la más desenvuelta, y le criticaron mucho por eso".

Antonia y sus hijos unieron fuerzas en el proyecto del Museo de Traje Ansotano del que hoy presume Ansó. "La idea estaba: presupuestamos, lo ganamos y lo hicimos. Al principio se iba a hacer en Casa Morené, pero finalmente se eligió la ermita de Santa Bárbara, en el centro del pueblo. Es pequeño, pero el espacio está bien aprovechado; las vitrinas son altas, muy etéreas, hacen perfectamente la función para las que están creadas. Ah, y tiene suelo radiante".

En cuanto a las ferias de arte nacionales, la galería es ahora fiel a dos citas: Estampa en primavera y JustMad en verano, ambas en Madrid. Desde ayer y hasta el 27 de octubre, la galería zaragozana recibe el trabajo de Rafael Fuster con su muestra ‘La piel de la pintura’, en la que supone la segunda individual del artista en los muros de Madre Sacramento, 31. Hay un equipo de artistas ‘de la casa’ con Jorge Isla, Olalla Gómez Valdericeda, Cristina Silván y David Latorre, entre otros.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es Extraordinario'.

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