aragón es extraordinario

La dura y hechicera vida en las bellas masadas de Ejulve

El ejulvino Jesús Calvo Betés escribió un libro sobre ellas, 'Memoria de las raíces', con conocimiento de causa; vivió en la masada La Solana cuando era niño

-Que la vida en el campo es dura ya se sabe de sobra, especialmente si se ha vivido. Que deja una huella imborrable en aquellos que crecieron con dicho esquema vital es tan obvio como remarcable;no son pocos los que abandonaron el campo por la ciudad en la juventud y se ganaron la vida con otros afanes, sin soltar del todo su terruño, y volvieron la vista a los recuerdos de la infancia al dejar la vida activa. Es el caso de Jesús Calvo Betés, ejulvino, de la Masía (o masada, término más común en la zona) de La Solana, en Ejulve.

"Nací en el pueblo, pero toda mi infancia la pasé allá. Tengo 72 años, estoy jubilado; mi negocio, de material de laboratorio y reactivos, lo cogió mi hijo y paso en el pueblo todo el tiempo que puedo. En 2016 se presentó gracias al CELAN mi libro ‘Memoria de las raíces’, que había escrito años antes y que tuvo una segunda edición en mayo de 2017. Todo surgió entre charlas con los amigos de Zaragoza; cuando les contaba cosas de la vida masovera se sorprendían mucho. Siempre me gustó escribir, y poco a poco fui volcando cosas en el ordenador; me hice un plan previo de lo que podía ser el libro y empleé muchos ratos sueltos después de cenar en ir dándole forma. Cuando lo acabé, un primo mío lo encuadernó primorosamente, en plan artesanal; el manuscrito dormía plácidamente en un cajón cuando la comarca de Andorra-Sierra de Arcos decidió editarlo. Se lo llevé y y les pareció publicable, así que el CELAN (Centro de Estudios Locales de Andorra) se encargó de hacerlo; lo presentamos en 2012, si no recuerdo mal".

En el libro se habla de muchas masadas de la zona. "Aunque lógicamente hable de la mía y sea ahí donde se centran los recuerdos más concretos, también hago referencia a otras masadas de Ejulve y unas cuantas más de Villarluengo; La Solana, de hecho, es un mirador extenso de toda la ladera del Guadalope. Cuando llegaba la siega, en los diez días anuales de esa faena venían señores de Pitarque, Villarluengo e incluso de Cañada de Benatanduz a ayudarnos".

Jesús va enumerando, y anticipa que se dejará alguna. Eran muchas. "Estaban El Latonar, la Casa Sisca de la que provenía mi abuelo materno Manuel, varias de la Hoya de Montoro y las Coronas de Aliaga como la Casa Serna, donde aún hay un masovero que vive solo con su ganado, o los Vaciones, habitada hasta hace poco, o Los Frailes, que está muy escondida, entre dos collados… también está La Viuda, que sigue habitada y con ganado. La Pantorra es otra masada que se anexionó a La Solana en los primeros años del siglo pasado. La del Galán también llevaba fama, era muy bonita; allí se hizo en su día un hotel rural".

Jesús vivió a caballo entre su masada y el pueblo en la infancia, y siguió ligado al pueblo en las vacaciones hasta los 22 años, cuando concluyó Químicas. A los 11 años había dejado La Solana para estudiar el bachiller en Zaragoza. "Mi madre vivía en Ejulve con mi hermana y conmigo para que fuésemos a la escuela en el pueblo; había dos horas de camino andando hasta La Solana, no se podía hacer a diario. Subíamos a La Solana un domingo cada dos, y en invierno menos; el verano era todo de masada, incluso estando en Zaragoza venía a pasar el verano entero, la Semana Santa y las Navidades al campo".

Las tareas

Al pequeño Jesús le encantaba sumarse a las típicas labores agrícolas, sobre todo en verano. "Por San Juan se recogía el pipirigallo, sobre todo, y a continuación quedaba algo de segunda labranza, binar o mantornar se decía a eso. Luego había que segar la cebada, y después venía un interregno para acarrear la cebada a la era; si para entonces el trigo ya estaba maduro, era el turno de recogerlo y ahí es donde venía la ayuda externa. Luego nos quedaba el acarreo y la trilla hasta finales de agosto. Septiembre era más suave; ahí me tocaba poner lazos para las perdices, coger rebollones si llovía, y leer en los pocos ratos libres, que me encantaba. Yo era un chaval y no me obligaban a madrugar".

Las laderas alrededor de La Solana son un espectáculo vegetal. "Antes del gran incendio de 2009 había una gran población de sabinas; ahora solamente quedan en la parte baja. Se están haciendo repoblaciones en toda la zona, ya que el fuego afectó a varios municipios. Hay una fuente en La Pantorra que hizo José María, el forestal, hace algo más de una década; no faltan las surgencias por aquí, pero sus aguas raramente llegan hasta el Guadalope.

La Solana eran realmente Las Solanas de Ejulve, porque se juntaban cuatro masadas. "Estaba la de Matías Camañes, hijo del tío Felipe; la del tío Santiago, que vino de Mirambel; pegada a nuestra casa estaba la del tío José Pascual, que se quemó, y la nuestra era la del tío Manuel Betés Millán, mi abuelo materno, y su yerno Pedro José, de Miravete de la Sierra, mi padre, que se casó aquí. El fuego afectó a nuestra casa, estamos viendo el modo de afianzarla".

Al alimón, pero separados

El tipo de cultivo era el mismo en las cuatro casas, pero cada cual se ocupaba de su hacienda; en cuanto al ganado, sí se llevaban en común los pastos para las cuatro fincas. Cada cual se reservaba su ‘guardao’ para el invierno, eso sí. Los ganaderos de Ejulve no se metían en los pastos de las masadas y viceversa, una ley no escrita que se cumplía escrupulosamente. Aquí había fuerzas civiles de vigilancia, los somatenes, desde los años 20 del siglo pasado. Actuaban como apoyo de los cuerpos de seguridad".

Pasear por La Solana es siempre una emoción para Jesús. "Aquí estaba la era del tío Santiago. Detrás estaba el pozo, en pie hasta hace muy poco, que surtía a agua a los cuatro vecinos. Cuando el verano venía muy seco había que buscarla en La Pantorra, pero solía era suficiente".

Si se sube al alto de Valloré, muy cercano, las vistas aún son mejores. "La piedra seca aparece por doquier; un hermano del tío Santiago, el tío Mariano, venía de la zona de Mirambel y La Iglesuela, y era experto en levantar paredes de piedra seca para delimitar campos. La sabuquera, que así le llaman a la flor de saúco aquí, también está muy presente. Pero sí, las vistas destacan sobre todo, en el libro lo repito mucho; aquí tenía yo mi retablo personal a diario".

Artículo incluido en la serie 'Aragón es Extraordinario'.

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