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Obarra, suelo santo y seña indeleble de la Ribagorza

El monasterio, enclavado en el municipio de Beranuy, tiene basílica y ermita en un entorno espectacular

La mascarilla impide valorar el rictus de mosén Laureano Monclús cuando habla del antiguo monasterio benedictino de Santa María de Obarra, una de las grandes joyas del románico aragonés, pero se le nota la emoción. Es el párroco de Beranuy, cumple con su encomienda sacerdotal en varios pueblos cercanos y lleva toda la vida en la zona; a su labor como pastor de almas une el cuidado y análisis de esta magna obra del románico lombardo, que enseñó como guía en los veranos hasta hace bien poco. Todo ello con 86 años de edad, y tras 63 de ministerio.

“Pertenezco desde siempre a la la diócesis de Barbastro, ahora de Barbastro-Monzón. Nací en Morillo de Tou, en el Sobrarbe; ya sabes, el pueblo que fue expropiado tras el recrecimiento de Mediano, pero acabé en esta zona y aquí sigo. Tuve la suerte de presenciar la restauración de Obarra entre 1975 y 1978, hecha por el mismo arquitecto que trabajó entonces en la catedral de Roda de Isábena, don Francisco Pons Sorolla. No sé si sabes que su tío era el pintor Joaquín Sorolla”.

En el conjunto del monasterio destacan dos templos; la basílica, dedicada al culto y que fue la iglesia del monasterio, y la ermita de San Pablo, del siglo XII, que albergaba a los peregrinos del camino jacobeo, colocada en mitad del prado. También hay un molino a la entrada del recinto, justo después de cruzar el puente medieval sobre el río Isábena. La casa del molinero se empleó en su día como cuadra y gallinero; ahora se usa para colonias de verano, recuperada por la diócesis.

Fusión con el entorno

Obarra está en un lugar maravilloso, con el monte de la Croqueta como vigía principal; ahí se habilitó una de las vías ferratas más valoradas del Pirineo, por cierto. El monasterio comprende erca de cinco hectáreas, que incluyen el antiguo cenobio benedictino, un gran prado y vegetación variada. La primera referencia escrita de la construcción data del año 874; el templo es de estilo románico lombardo literal, ya que lo construyeron los canteros de Lombardía. Se cree que anteriormente hubo un templo visigodo.

Se efectuó una ampliación en el siglo XVI, claramente palpable a los ojos del visitante avezado en la materia. “De hecho –explica Laureano– se conserva la puerta original al lado de la utilizada actualmente; mantiene incluso la decoración visigótica, visible en los dos capiteles de las medias colum as ahí dispuestas. En 1872 se vinieron abajo los dos cruceros, que se volvieron a levantar; incluso los arcos de la nave central necesitaron ser rehechos”.

La realización de las visitas fue asumida hace tres años por personal del Museo Diocesano de Barbastro entre julio y septiembre. Obarra también alberga cada año bodas y bautizos; lo lógico es que vuelvan cuando sea posible. Y es que el lugar es bonito a todas horas, y con todos los usos.

Vicisitudes de la historia

El románico lombardo tiene la elegancia de la sobriedad y un halo magnificente, que en Obarra se multiplica; no hacen falta adornos (de hecho, estarían fuera de lugar) para que su belleza luzca con nitidez  “El altar, con la ampliación del siglo XVI, tuvo su retablo de madera sin policromar; se despedazó y quemó en la guerra civil. La mesa –aclara Laureano– es la original, y se cuenta con dos piedras antropomorfas que podrían ser de algún sarcófago de la época visigótica. Aparecieron al sacar la tierra para el pavimento nuevo; con don Francisco Pons llegamos a la conclusión de que era mejor colocarlas donde están ahora, sustentadas al pie del altar por lajas acordes al color actual renovado. En el ábside también hay restos de la decoración visigótica; las medias columnas y sus capiteles, arquería de doble arco invertido sobre ménsula”.

La talla de la Virgen también ha pasado lo suyo. “Se colocó en el altar la imagen original restaurada de Nuestra Señora de Obarra, que data de la segunda mitad del siglo XIV, tiene un sagrario al lado. En su día, allá por 1971, robaron su cabeza; la devolvieron un año después, no sé si por vergüenza y remordimientos, y don Damián Iguacén –que fuera obispo de Barbastro entre 1970 y 1974, fallecido recientemente a los 104 años de edad– llevó personalmente la talla a Talleres Navarro en Zaragoza en 1972, con la idea de colocarla al concluir una restauración que ya estaba en planes. Estuvo guardada en el basamento de la torre, aunque la humedad hizo saltar parte de la pintura; dos especialistas de Almudévar volvieron a restaurar la pintura de la talla, que llegó a estar en el fuego durante la guerra”.

Mucha gente pregunta qué lleva en la mano la Virgen de la talla; parece una seta, o un chupete, como ocurre con cierta virgen leridana. “Parece una seta, sí, es una pregunta habitual –ríe Laureano– pero es la flor de lis, algo mal tallada, funciona como símbolo benedictino. A fundar Obarra vinieron monjes de Toulouse”.

Las naves están delimitadas por dos tipos de columnas; las lombardas cruciformes y las redondas del románico posterior. Hay 14 bóvedas de arista, de las 21 que tiene la basílica; las otras siete son de cañón y de piedra toba, un reflejo de la evolución del templo. Entre las columnas que separan la nave central de la de la epístola no hay la misma distancia, ni una alineación perfecta. Hay una puerta adintelada de comunicación con el cenobio, cuya pared exterior fue vandalizada por un grafiti hace poco. “Sería bueno pedir un poco de respeto para una obra como ésta, no es el lugar para algo así”.

Obarra tiene otros alicientes. En el solsticio de verano, el 21 de junio, un rayo atraviesa un vano (el único acristalado, para preservar este suceso) a las 7.40 hora solar, e iluma todo el altar. También hay un rayo de luna en otoño, a finales de octubre,

Laureano habla orgulloso del arbolado que puebla el recinto. “En 1979, una vez concluida la gran restauración, empecé a plantar diferentes variedades de árboles. Hay abetos, aligustres, catalpas, melias (se les llama árboles santos, porque con sus semillas se hacían rosarios) y algún otro. He trabajado muy a gusto aquí toda la vida, le tengo un gran cariño a Obarra, y con los árboles –al mosén le brillan los ojos– dejo una pequeña impronta de ese trabajo y ese cariño”.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es extraordinario'. 

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